viernes, febrero 29, 2008

Bob Dylan dará el día de hoy su concierto en Monterrey. Debo decir que es quizá uno de los pocos músicos (si no es que el único) que me interesa ver en vivo. Ya sé que se va a portar lacra, que no le va a dar gusto al público y que acabará recetándole alguna guarrada, pero estoy muy contenta y muy entusiasmada con la idea de verlo. Me pregunto si en vivo su voz se escuchará peor que en sus grabaciones. En estos días les platico :D

Aquí les dejo una nota que me gustó. Espero que la disfruten.



Dylan, la leyenda
Sergio Sarmiento


"El que no está ocupado en nacer, está ocupado en morir".
Bob Dylan

Bob Dylan no es un cantante común y corriente. Desde la década de 1960 su fama ha trascendido la calidad de su voz, la sencillez armónica y melódica de sus composiciones, la complejidad de sus letras e incluso las pocas ventas de sus discos. Dylan es simplemente una leyenda de la música contemporánea. Y como leyenda puede darse lujos que los artistas normales no podrían siquiera considerar.

Esta semana Dylan ofreció dos conciertos en la Ciudad de México como inicio de una gira por Latinoamérica. Los conciertos fueron muy similares a los que este artista de 66 años ofrece usualmente por el mundo. Quienes buscaban corear las familiares canciones que se convirtieron en himnos de juventud y rebeldía en los años 60 se sintieron decepcionados. Dylan hace todo lo posible por evitar esa reacción fácil del público. Quienes querían conocer a la leyenda, sin embargo, se sintieron fascinados por este singular personaje.

Dylan cantó pocas canciones de los viejos tiempos que permitieran corear a los nueve mil asistentes al Auditorio Nacional. Las piezas conocidas que interpretó fueron farfulladas, más que cantadas, de manera ininteligible ante un micrófono saturado por la cercanía de su boca. El acento sureño que durante décadas ha impostado -en realidad él nació en Duluth, Minnesota- hacía todavía más difícil entenderlo. Con "Rainy Day Women 12 & 35" ("Mujeres de un día lluvioso 12 y 35"), "It Ain't Me, Babe" ("No soy yo, nena") y "Watching the River Flow" ("Mirando el río que fluye"), cantadas al principio de manera apresurada y esquiva, Dylan dejó en claro que no dejaría que el público coreara.

Me da la impresión de que a Dylan simplemente no le gusta que la gente cante con él. Esto explicaría la manera en que interpreta sus obras. Aun así fue impresionante ver cómo miles de fanáticos mexicanos que no hablan el inglés como lengua materna hicieron todo el esfuerzo posible para acompañar al cantante en la letra brillante y compleja de "Like a Rolling Stone" ("Como una piedra que rueda"), la única canción que interpretó de forma que permitió algo parecido a un coro.

Al final del concierto Dylan entonó "Blowin' in the Wind" ("La respuesta está en el viento"), su canción más famosa. Ésta fue originalmente un símbolo del pacifismo idealista de los años 60, pero con el desgaste de la reiteración acabó por volverse un lugar común: casi música de ascensor. Lo interesante es que casi ninguno de los asistentes se dio cuenta en un principio de que Dylan estaba cantando esta pieza. La melodía era irreconocible y las palabras incomprensibles. Sólo cuando llegó el coro y farfulló "The answer my friend..." ("La respuesta, mi amigo...") rompió el público en aplausos.

Un cantautor famoso corre siempre el riesgo de caer en el tópico con alguna obra temprana muy repetida. Esto le pasa a Joan Manuel Serrat con "Cantares" o a Luis Eduardo Aute con "Rosas en el mar". Sólo con mucha creatividad pueden éstos interpretar esas piezas reclamadas por el público con algún dejo de novedad. Muchos músicos mediocres, de hecho, han quedado encasillados y han dado conciertos toda su vida sólo para concluir con "esa canción" que los hizo famosos originalmente.

Dylan no corre ese riesgo: no sólo porque sus obras son demasiado brillantes, sino porque él mismo se niega a seguir el cartabón. Quizá por eso sus piezas populares las transforma hasta volverlas irreconocibles. Dylan no quiere ser un simple producto para los vendedores de nostalgia.

La mayor parte del concierto Dylan interpretó melodías virtualmente desconocidas para el público. Incluso "Things Have Changed" ("Las cosas han cambiado"), que escribió para la película "Wonder Boys" y con la que ganó el Óscar, no fue reconocida por la mayoría de los asistentes al Auditorio.

Desde un punto de vista musical, empero, las mejores interpretaciones de la noche fueron esas canciones poco conocidas, muchas de su nuevo disco "Modern Times", en que mezcló ritmos de rock'n roll, blues y country respaldado por un magnífico trabajo de Tony Garnier en el bajo y de un grupo pequeño y sencillo, pero sólido. Dylan sólo usó la guitarra, su tradicional instrumento, en las primeras piezas del concierto. El resto del tiempo empleó un teclado electrónico.

Al contrario de otros músicos, a Dylan le gustan las giras. La actual se llama "The Never Ending Tour", la Gira sin Fin. A pesar de su rechazo al público de la nostalgia, el contacto con las multitudes que lo idolatran le proporciona una inyección de adrenalina.

Dylan puede darse el lujo de hacer lo que quiera. Poco importa si canta bien o mal, para el público o para sí mismo: los auditorios del mundo se seguirán llenando a su paso porque es una leyenda. Su Gira sin Fin no tiene por qué terminar mientras el cuerpo aguante.

lunes, febrero 11, 2008

Bueno, doña Mathilde tiene un bisnieto más

Hola, chicos y chicas.

Aquí hay un cuate que se está adjudicando El hidromiel de Odín, aquel texto que publiqué en Sonitus Noctis y que también está en este blog. Si lo conocen, escúpanle de mi parte. Si no, pasen a dejarle un comentario.

http://jmoondera.wordpress.com/2006/12/03/cisnes-de-guerra/


¡Besos!