jueves, mayo 08, 2008

Mono, mi amon

Así es como Irene solía llamar al Moro, uno de nuestros dos gatos. En realidad, lo que quería decir con esto era "Moro, mi amor".

Me cae que nadie en el mundo le ha profesado un amor tan auténtico y macanudo al micho en cuestión. En su juventud fue un gato horrendo: negro, flacucho, con los pelos como de cepillo, esmirriado, y blanco consuetudinario de todos los gatos macarras del barrio. Luego de su castración (Erick, su veterinario, casi nos suplicó que lo dejáramos operarlo, porque se lo llevábamos mal herido al menos una vez por semana; hasta nos hizo precio), se convirtió en un tremendo gatote gordo y de aspecto temible, y entonces fue él el azote de los gatos de la cuadra. No había quién se acercara a la casa con semejante micho en el porche. Y como tenía el hocico larguirucho, las orejas puntiagudas, la cola larga y demasiado delgada, y de cuando en cuando le aparecían signos de calvicie, tenía finta de gato de bruja.

El invierno pasado le cayó mal a Moro. Empezó a perder mucho peso, y el pelo se le cayó de la cabeza y el cuello. Cuando el Oportuno y el Magnánimo le ponían cara de lástima y de rechazo, Irene se le acercaba con los bracitos abiertos y le gritaba "Mono, mi amon". Y el gatucho corría, porque le tenía bastante miedo a los cariños algo violentos de Irene, pero no se alejaba demasiado.

El pasado martes 29 de abril llegamos a casa y encontramos a Moro muerto. Parecía tener muchas horas así. Irene llegó dormida, así que no tuvo que verlo. El Oportuno y yo le cavamos con dificultades (es que ya no tenemos pala) una fosa en el jardín, junto a la de Ludo. Después de eso, me ha parecido que Irene lo busca al llegar a casa, pero no pregunta por él puesto que no lo ve. Además, aún tiene a Patón, su gato negro de peluche. A él le dice "Ven, mi amon, ven".

Moro, que en realidad se llamaba Ludovico el Moro, nació el 27 de diciembre de 2002. Tenía cinco años. Cuando nació, Juli, su mamá, aún no cumplía un año. Se quedó con nosotros porque nadie quería llevarse un gato negro. Fue uno de los gatos más cariñosos que hemos tenido, y era tan fiel, que más parecía perro que gato.

2 comentarios:

Jorge Saucedo dijo...

Milan Kundera, un hombre que juega a hacerse el cínico, es tolerable y aun admirable por las cosas que sinceramente, en el fondo de su juego, le interesan. Así, leemos en sus libros cosas que no olvidaremos, porque son justas y dichas con elegante sencillez. Me acordé de las siguientes palabras de Kundera porque las mascotas, la muerte de una mascota, la relación que tenemos con los animales y en especial la misteriosa atracción que ejercen en el ser humano desde que es niño son temas que con poca frecuencia encuentro seriamente tratados. Salud.

"La verdadera bondad humana, con toda su pureza y libertad, puede ponerse en primer plano sólo cuando su recipiente no tiene poder. El verdadero examen moral de la humanidad, su examen fundamental (que yace enterrado profundamente lejos de la vista) consiste en su actitud ante esos que están a su merced: los animales. Y en este sentido la humanidad ha sufrido una derrota. Una derrota tan fundamental que todas las demás provienen de ahí".

Renato dijo...

Alguna vez lo quise rifar ("michote negro tontote y cariñoso"), pero nunca fue más que una broma. ¿Se acuerdan de Demóstenes el de Don Gato? Pues hagan de cuenta. Descontando los últimos meses fríos, me parece que fue feliz. Una vez se perdió por 35 días; lo dábamos por muerto y finalmente regresó con un aliento insoportable a carne cruda: se había metido por puro gusto a los terrenos baldíos, puro monte, donde se alimentaba de ratas, pájaros y vayan ustedes a saber qué más. Tuvo también sus momentos de apuros, como aquella madrugada cuando se quedó atrapado en la azotea porque no se atrevía a saltar (¿cuántos vecinos se habrán quedado sin dormir por los maullidos de esa noche?, ¿cuántos aún nos detestarán por eso?), pero en general hasta puede decirse que fue valiente: lo vimos emboscar perros y embestir a otros gatos. Si existe el Paraíso para un gato así, debe ser una barda soleada donde siempre son las 10 de la mañana, junto a un prado donde la hierba esconde abundantes alimañas.