La ciencia-ficción ha muerto, ¡viva la ciencia-ficción! Con sus temas de actualidad y su modus operandi, en cambio, obligado por la crisis a mutar, el género menos enchufado de la narrativa española parece decidido a desoír las trompetas del apocalipsis. Para ello, sus autores exploran, clonan, rediseñan... Los optimistas incluso dan píldoras de ánimo: la reciente nominación de Zigzag (Plaza & Janés), de José Carlos Somoza, al prestigioso Premio John W. Campbell; la concesión del Ateneo de Sevilla a Félix J. Palma por El mapa del tiempo, cuyo regreso al futuro con H. G. Wells rezuma steampunk; la aparición de sellos (Omicrón, Quantum) o revistas (Historias Asombrosas)... Según el crítico Julián Díez, coordinador en Minotauro de la excelente Antología de la ciencia ficción española (1982-2002), "el género aún es una herramienta poderosa. Sus temas son más pertinentes que nunca, aunque anden camuflados en obras como La carretera, de McCarthy, o Nunca me abandones, de Ishiguro. La ucronía y la distopía siguen vivas, lo que decae es su versión cientifista".
Sin tradición ni lectores, es cierto, la ciencia-ficción purista suena hoy tan trasnochada como el Coronel Ignotus. Ningún autor de la generación de oro de los noventa -Rafa Marín, Javier Negrete, Elia Barceló, León Arsenal, Juan Miguel Aguilera, Rodolfo Martínez- la ha cultivado esta década (a excepción de Martínez en El sueño del Rey Rojo, en Gigamesh) y muchos, tras borrar del disco duro la space opera y el ciberpunk, han preferido saltar a la fantasía, la historia o el género juvenil, como el hiperdotado César Mallorquí. Gracias a ello, con todo, la ciencia-ficción se está enriqueciendo con fórmulas mestizas. Lo ilustra Marín, que tras su irrupción con la mítica Lágrimas de luz, de 1982, ha mutado en varias líneas hasta urdir Juglar (Minotauro), una cuidada fusión de cantar de gesta y ucronía. De igual calidad, éxitos como La locura de Dios (Ediciones B), donde Aguilera sitúa a Ramon Llull ante una civilización de prodigiosa tecnología, o El secreto del orfebre (Lengua de Trapo), donde Barceló convierte un amor de posguerra en un poético viaje temporal, evidencian que la experimentación podría llevar a la ciencia-ficción mestiza a años luz de la actual.
Negrete, también en plena mutación con su ciclo sobre Tramórea, lo deja claro: "En mi obra aún hay ciencia-ficción, pero ahora hago fantasía razonada y ucronía... El género puro está obsoleto, suena freak". Tras admitir que la etiqueta crea rechazo, el madrileño declara: "Me da igual si Michael Chabon escribe o no ciencia-ficción; lo parece, pero no lo leo por eso, sino porque es bueno". Más dura, la respetada Elia Barceló añade: "Aunque los nostálgicos protesten, hoy manda la fusión, la hibridación, la búsqueda libro a libro. Y si para eso hay que ir a editoriales generalistas, se hará, le guste o no al fandom [mundillo de los aficionados]". Igual lo ve Díez, quien cree imparable el salto al mainstream: "Si un autor de género ve que un generalista gana un respeto que a él, por publicar en sellos especializados, le está vetado, es normal que desee cambiar de aires".
Cual cyborgs con prótesis de género, mientras, los colonos siguen llegando: del reincidente Somoza a Ray Loriga, Suso de Toro, Rosa Montero, Eduardo Mendoza o, esta temporada, Iban Zaldua (Porvenir), Palma o José María Merino (Las puertas de lo posible), los narradores más desprejuiciados han aprendido a infiltrar la ciencia-ficción en editoriales antes reacias, aunque sea a costa de eufemismos como fantasía especulativa, narrativa futurista, utopía científica... De confirmarse la tendencia, con todo, ¿se acentuará la crisis en las colecciones de género? ¿Se alargará la sombra de la extinta Miraguano en sellos especializados como Parnaso, Equipo Sirius, Grupo AJEC o las asentadas Gigamesh, Nova o La Factoría? "Vivimos de la fantasía, nadie pasa su mejor momento", reconoce Luis G. Prado, editor de Alamut/Bibliópolis; "muchos sólo traducen o publican a autores menores del fandom para contentar a los incondicionales". Sabedor de que best sellers como su buque insignia Andrzej Sapkowski o George R. R. Martin en Gigamesh se restringen a la fantasía extranjera, Prado pide resurgir con un cambio: "Los fans tipo Star Wars no lo son todo, los editores serios quizá deberíamos buscar otra denominación para el resto de la fantasía científica, que sí que interesa al gran público".
Menos seguro, el editor de Minotauro, José López Jara, reorienta el análisis: "Ante este cambio de ciclo, los autores han de entender que hay una ciencia-ficción que sí gusta: la del thriller científico a lo Frank Schätzing, la de la ecología y los riesgos del avance tecnológico". Inquieto porque a la editorial llegan pocos originales así (el Premio Minotauro no ha laureado en seis años ni una obra de ciencia-ficción), López Jara admite que es difícil crear cantera, como intentó hacer su predecesor Francisco García Lorenzana, pero anuncia que en 2009 lanzará Aquamarin, una novela sobre chips de la española de origen bielorruso Vera Parkhutic. "Por ahí", dice, "el género todavía tiene futuro".
Mientras, el núcleo duro prefiere mimar al autor del fandom, surja de premios y eventos o de unas publicaciones cada día más online. "De ahí sale poco talento, pero es casi el único", cree el crítico Juanma Santiago, seguro de que promesas como Eduardo Vaquerizo, José Antonio Cotrina o David Mares se forjaron en tales foros. Aun así, advierte: "El fandom con cerebro desaparece, internet clona a los fans y ya hay más escapismo que espíritu admonitorio, así que el caldo de cultivo corre peligro".
Habrá que vigilar: de ser así, las mutaciones, como en todo entorno hostil, seguirán multiplicándose...
RICARD RUIZ GARZÓN, en http://www.elpais.com/articulo/semana/era/mutaciones/elpepuculbab/20080719elpbabese_5/Tes
jueves, julio 31, 2008
lunes, julio 28, 2008
La ciencia ya no es ficción
La ciencia puede iluminar nuestro entendimiento, pero la literatura nos ofrece algo que la mayoría de las personas valoran más, porque les resulta más próximo: entretener sus días, divirtiéndoles una veces, conmoviéndoles otras. La ciencia-ficción reúne a ambas, en una combinación que, cierto es, no siempre es rigurosa desde el punto de vista científico, pero ¿importa esto, si de lo que se trata es de entretener, de desplegar imaginación?
Está claro, por ejemplo, que cuando en los Viajes de Gulliver (1726) Jonathan Swift describía una Isla Volante, Laputa, que se mantenía en el aire mediante un imán de tamaño descomunal que controlaban unos astrónomos, estaba haciendo ciencia-ficción, todo lo primitiva que se quiera, pero ciencia-ficción (como, por cierto, también lo fue un libro, Somnium, que escribió Kepler, publicado póstumamente en 1634, en el que explicaba y defendía el sistema heliocéntrico describiendo las observaciones que realizaba un hombre que había sido transportado a la Luna por demonios). Ahora bien, si valoramos los Viajes de Gulliver, si la consideramos una novela inmortal, es porque en ella Swift desplegó una tan ácida como maravillosamente imaginativa crítica. En los capítulos en que hablaba de los laputanos ("gentes tan sumidas en profundas especulaciones que no son capaces de hablar y de prestar atención a lo que otros dicen"), en realidad de lo que trataba era de los científicos; éstos eran su objetivo, desde el rey hasta los criados que "cortaban el pan en conos, cilindros, paralelogramos y otras figuras geométricas". Nos importa menos, y desde luego no ha dejado huella en la ciencia, el que incluyese entre los grandes temores de los laputanos el de si la Tierra, al acercarse continuamente al Sol, acabaría por ser atraída y tragada por él, o que la superficie solar quedara cubierta gradualmente por una costra producida por sus emanaciones que impidiera iluminar y calentar a la Tierra.
Y ya que nos ha aparecido la cuestión de la posible viabilidad futura de lo que autores de ciencia-ficción han imaginado, ¿ha sido frecuente que acertasen?
No es posible olvidar en este sentido la que muchos consideran como la primera obra de ciencia-ficción en sentido estricto: el Frankenstein (1818) de Mary Shelley. En una era como la presente, dominada en ciencia por disciplinas como la biología molecular, la ingeniería genética y la biotecnología, y por logros como clonaciones, células madre o animales y plantas transgénicas, el monstruo creado por el científico protagonista de la novela de Shelley nos resulta familiar y acaso posible. Más aún, el trasfondo ético-moral que subyace detrás de la novela es hoy más actual que nunca.
¡Y qué decir de Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley, con embriones producidos en masa; esto es, la reproducción humana convertida en un proceso industrial selectivo (además, los embriones eran tratados de manera que condujeran a diferentes tipos, de acuerdo con sus destinos futuros)! Shelley y Huxley vieron, con claridad o intuyéndolo, posibilidades que la era del ADN recombinante está alumbrando.
Cuando se habla de éxito en las predicciones de autores de obras de ciencia-ficción, es inevitable mencionar el nombre de Julio Verne. Cierto, en sus novelas aparecen, por ejemplo, submarinos movidos con energía eléctrica (el Nautilus de Veinte mil leguas de viaje submarino, 1869-1870) o telégrafos "fotográficos" (París en el siglo XX, obra póstuma) que podían enviar a distancia facsímiles de documentos. Ahora bien, lo que pocas veces se dice es que Verne no fue el primero que imaginó artilugios semejantes. En 1880, el ingeniero norteamericano Robert Fulton presentó a Napoleón un submarino que había construido, proponiéndole que lo utilizase contra los ingleses. El nombre que le puso fue ¡Nautilus! Y en 1859, Narcis Monturiol construyó el Ictíneo, que llegó a sumergirse en el puerto de Barcelona. En cuanto al telégrafo fotográfico que presagiaba el fax, como en la propia novela se reconoce fue un invento de un italiano, Giovanni Caselli (1815-1891): lo llamaba "pantetelégrafo". La imaginación de Verne estaba bien nutrida por conocimientos científicos. En realidad fue una mezcla de novelista y divulgador científico, aunque esa faceta de su obra haya quedado difuminada con el paso del tiempo.
H. G. Wells es otro de los hitos clásicos en la literatura de ciencia-ficción. Combinaba el horror gótico de Shelley con los viajes de Verne y la sátira de Swift, y vislumbró algo de lo que la ciencia haría en el futuro si no posible sí imaginable. Recordemos en este sentido La máquina del tiempo (1895) y La guerra de los mundos (1898), en la que predecía la posibilidad de bombas atómicas. Por cierto, el físico Leo Szilard leyó esta novela cuando en la década de 1930 estaba desarrollando la idea de una reacción nuclear en cadena. Tal vez aquella experiencia le sirviese cuando el propio Szilard probó suerte en el género con el propósito de utilizar la ciencia-ficción para defender sus llamamientos a favor de la paz mundial. Voice of the dolphins (1961) es su principal obra en este campo.
Como Szilard y Kepler, otros distinguidos científicos también han practicado esta difícil empresa literaria. Dos astrofísicos, Fred Hoyle, autor de, entre otras, La nube negra (1957), y Carl Sagan (Contacto) son mis favoritos en este apartado. El ejemplo de Contacto viene bien para recordar un elemento que ha figurado en legiones de novelas de ciencia-ficción, los viajes por el espacio en general, y en el tiempo en particular. Es verdad que tales periplos habían sido imaginados antes (no es difícil), pero sólo adquirieron un tinte de seriedad tras el advenimiento de la teoría de la relatividad general de Einstein y de la cosmología relativista. Agujeros de gusano y negros o universos paralelos son elementos que la ciencia relativista ha puesto a disposición de los autores de ciencia-ficción y no al revés.
Y es que es muy difícil predecir el futuro. Recordemos el caso del físico estadounidense Albert Michelson, premio Nobel de Física en 1907, quien en 1894 pronunció las siguientes palabras: "Parece probable que la mayoría de los grandes principios básicos hayan sido ya firmemente establecidos y que haya que buscar los futuros avances sobre todo aplicando de manera rigurosa estos principios... Las futuras verdades de la Ciencia Física se deberán buscar en la sexta cifra de los decimales". Un año después de que Michelson pronunciase estas rotundas, y equivocadas, palabras, en 1895, Röntgen descubría los rayos X y el año siguiente Becquerel la radiactividad. La historia de la ciencia no se puede leer desde el punto de vista de la ciencia-ficción. De hecho, no es infrecuente, especialmente a partir del último siglo y medio, que los descubrimientos científicos nos parezcan más ficción que realidad; la física cuántica, con sus ondas probabilistas en las que conviven ondas y partículas, constituye un buen ejemplo. El autor de ciencia-ficción puede, acaso, imaginar el futuro, pero algunos científicos lo vislumbrarán con mayor seguridad. Mi ejemplo preferido en este sentido es el de William Ayrton, un hoy olvidado catedrático de Física aplicada de ingeniería eléctrica de Londres. En una conferencia que pronunció en 1897, Ayrton pronunció estas proféticas palabras: "No hay duda de que llegará el día en el que probablemente tanto yo como ustedes habremos sido olvidados, en el que los cables de cobre, el hierro y la gutapercha que los recubre serán relegados al museo de antigüedades. Entonces, cuando una persona quiera telegrafiar a un amigo, incluso sin saber dónde pueda estar, llamará con una voz electromagnética que será escuchada por aquel que tenga el oído electromagnético, pero que permanecerá silenciosa para todos los demás. Dirá '¿dónde estás?' y la respuesta llegará audible a la persona con el oído electromagnético: 'Estoy en el fondo de una mina de carbón, o cruzando los Andes, o en el medio del Pacífico".
En la era de los teléfonos móviles, las anteriores palabras suenan familiares, ¿no?
JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ RON, en http://www.elpais.com/articulo/semana/ciencia/ficcion/elpepuculbab/20080719elpbabese_4/Tes/
Está claro, por ejemplo, que cuando en los Viajes de Gulliver (1726) Jonathan Swift describía una Isla Volante, Laputa, que se mantenía en el aire mediante un imán de tamaño descomunal que controlaban unos astrónomos, estaba haciendo ciencia-ficción, todo lo primitiva que se quiera, pero ciencia-ficción (como, por cierto, también lo fue un libro, Somnium, que escribió Kepler, publicado póstumamente en 1634, en el que explicaba y defendía el sistema heliocéntrico describiendo las observaciones que realizaba un hombre que había sido transportado a la Luna por demonios). Ahora bien, si valoramos los Viajes de Gulliver, si la consideramos una novela inmortal, es porque en ella Swift desplegó una tan ácida como maravillosamente imaginativa crítica. En los capítulos en que hablaba de los laputanos ("gentes tan sumidas en profundas especulaciones que no son capaces de hablar y de prestar atención a lo que otros dicen"), en realidad de lo que trataba era de los científicos; éstos eran su objetivo, desde el rey hasta los criados que "cortaban el pan en conos, cilindros, paralelogramos y otras figuras geométricas". Nos importa menos, y desde luego no ha dejado huella en la ciencia, el que incluyese entre los grandes temores de los laputanos el de si la Tierra, al acercarse continuamente al Sol, acabaría por ser atraída y tragada por él, o que la superficie solar quedara cubierta gradualmente por una costra producida por sus emanaciones que impidiera iluminar y calentar a la Tierra.
Y ya que nos ha aparecido la cuestión de la posible viabilidad futura de lo que autores de ciencia-ficción han imaginado, ¿ha sido frecuente que acertasen?
No es posible olvidar en este sentido la que muchos consideran como la primera obra de ciencia-ficción en sentido estricto: el Frankenstein (1818) de Mary Shelley. En una era como la presente, dominada en ciencia por disciplinas como la biología molecular, la ingeniería genética y la biotecnología, y por logros como clonaciones, células madre o animales y plantas transgénicas, el monstruo creado por el científico protagonista de la novela de Shelley nos resulta familiar y acaso posible. Más aún, el trasfondo ético-moral que subyace detrás de la novela es hoy más actual que nunca.
¡Y qué decir de Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley, con embriones producidos en masa; esto es, la reproducción humana convertida en un proceso industrial selectivo (además, los embriones eran tratados de manera que condujeran a diferentes tipos, de acuerdo con sus destinos futuros)! Shelley y Huxley vieron, con claridad o intuyéndolo, posibilidades que la era del ADN recombinante está alumbrando.
Cuando se habla de éxito en las predicciones de autores de obras de ciencia-ficción, es inevitable mencionar el nombre de Julio Verne. Cierto, en sus novelas aparecen, por ejemplo, submarinos movidos con energía eléctrica (el Nautilus de Veinte mil leguas de viaje submarino, 1869-1870) o telégrafos "fotográficos" (París en el siglo XX, obra póstuma) que podían enviar a distancia facsímiles de documentos. Ahora bien, lo que pocas veces se dice es que Verne no fue el primero que imaginó artilugios semejantes. En 1880, el ingeniero norteamericano Robert Fulton presentó a Napoleón un submarino que había construido, proponiéndole que lo utilizase contra los ingleses. El nombre que le puso fue ¡Nautilus! Y en 1859, Narcis Monturiol construyó el Ictíneo, que llegó a sumergirse en el puerto de Barcelona. En cuanto al telégrafo fotográfico que presagiaba el fax, como en la propia novela se reconoce fue un invento de un italiano, Giovanni Caselli (1815-1891): lo llamaba "pantetelégrafo". La imaginación de Verne estaba bien nutrida por conocimientos científicos. En realidad fue una mezcla de novelista y divulgador científico, aunque esa faceta de su obra haya quedado difuminada con el paso del tiempo.
H. G. Wells es otro de los hitos clásicos en la literatura de ciencia-ficción. Combinaba el horror gótico de Shelley con los viajes de Verne y la sátira de Swift, y vislumbró algo de lo que la ciencia haría en el futuro si no posible sí imaginable. Recordemos en este sentido La máquina del tiempo (1895) y La guerra de los mundos (1898), en la que predecía la posibilidad de bombas atómicas. Por cierto, el físico Leo Szilard leyó esta novela cuando en la década de 1930 estaba desarrollando la idea de una reacción nuclear en cadena. Tal vez aquella experiencia le sirviese cuando el propio Szilard probó suerte en el género con el propósito de utilizar la ciencia-ficción para defender sus llamamientos a favor de la paz mundial. Voice of the dolphins (1961) es su principal obra en este campo.
Como Szilard y Kepler, otros distinguidos científicos también han practicado esta difícil empresa literaria. Dos astrofísicos, Fred Hoyle, autor de, entre otras, La nube negra (1957), y Carl Sagan (Contacto) son mis favoritos en este apartado. El ejemplo de Contacto viene bien para recordar un elemento que ha figurado en legiones de novelas de ciencia-ficción, los viajes por el espacio en general, y en el tiempo en particular. Es verdad que tales periplos habían sido imaginados antes (no es difícil), pero sólo adquirieron un tinte de seriedad tras el advenimiento de la teoría de la relatividad general de Einstein y de la cosmología relativista. Agujeros de gusano y negros o universos paralelos son elementos que la ciencia relativista ha puesto a disposición de los autores de ciencia-ficción y no al revés.
Y es que es muy difícil predecir el futuro. Recordemos el caso del físico estadounidense Albert Michelson, premio Nobel de Física en 1907, quien en 1894 pronunció las siguientes palabras: "Parece probable que la mayoría de los grandes principios básicos hayan sido ya firmemente establecidos y que haya que buscar los futuros avances sobre todo aplicando de manera rigurosa estos principios... Las futuras verdades de la Ciencia Física se deberán buscar en la sexta cifra de los decimales". Un año después de que Michelson pronunciase estas rotundas, y equivocadas, palabras, en 1895, Röntgen descubría los rayos X y el año siguiente Becquerel la radiactividad. La historia de la ciencia no se puede leer desde el punto de vista de la ciencia-ficción. De hecho, no es infrecuente, especialmente a partir del último siglo y medio, que los descubrimientos científicos nos parezcan más ficción que realidad; la física cuántica, con sus ondas probabilistas en las que conviven ondas y partículas, constituye un buen ejemplo. El autor de ciencia-ficción puede, acaso, imaginar el futuro, pero algunos científicos lo vislumbrarán con mayor seguridad. Mi ejemplo preferido en este sentido es el de William Ayrton, un hoy olvidado catedrático de Física aplicada de ingeniería eléctrica de Londres. En una conferencia que pronunció en 1897, Ayrton pronunció estas proféticas palabras: "No hay duda de que llegará el día en el que probablemente tanto yo como ustedes habremos sido olvidados, en el que los cables de cobre, el hierro y la gutapercha que los recubre serán relegados al museo de antigüedades. Entonces, cuando una persona quiera telegrafiar a un amigo, incluso sin saber dónde pueda estar, llamará con una voz electromagnética que será escuchada por aquel que tenga el oído electromagnético, pero que permanecerá silenciosa para todos los demás. Dirá '¿dónde estás?' y la respuesta llegará audible a la persona con el oído electromagnético: 'Estoy en el fondo de una mina de carbón, o cruzando los Andes, o en el medio del Pacífico".
En la era de los teléfonos móviles, las anteriores palabras suenan familiares, ¿no?
JOSÉ MANUEL SÁNCHEZ RON, en http://www.elpais.com/articulo/semana/ciencia/ficcion/elpepuculbab/20080719elpbabese_4/Tes/
sábado, julio 26, 2008
Curioso...
Una de las películas animadas favoritas del Hurón es El gigante de hierro (The Iron Giant), que ve sin falta cada ocasión que la ponen por televisión.
El Hurón acaba de descubrir que la película, diridida por Brad Bird (el cabroncete que hizo The Incredibles y Ratatouille), está basada en un libro infantil llamado The Iron Man, ilustrado por Andrew Davidson y escrito por un tal Ted Hughes. Resulta que se trata de ese Ted Hughes. Me resulta curioso. Muy, muy curioso. Definitivamente, son demasiadas pasmareces reunidas en torno a una sola película.
viernes, julio 25, 2008
Una galaxia que se apaga
Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana... snif.
La ciencia-ficción está de capa caída, un manto más oscuro que el de Darth Vader parece haber caído sobre nuestro querido género, en el terreno literario. La muerte y el crepúsculo se han adueñado de los viejos grandes maestros: el risueño Arthur C. Clarke ha fallecido (adieu Rama), JG Ballard se enfrenta a su personal apocalipsis en forma de cáncer y Ray Bradbury, a punto de cumplir 88 años, estruja su melancolía soñando con que esparcirán sus cenizas en los desiertos de Marte. Ya no están con nosotros Stanislaw Lem, Zelazny, Heinlein, Asimov... Son unos ancianos Aldiss, Pohl, Harry Harrison. No se ve surgir nombres a la altura de aquellos grandes que desaparecen. Muchos buenos autores se pasan a la fantasía. Ursula K. Le Guin acaba de publicar en Estados Unidos Lavinia, ¡una relectura de la Eneida contada por una mujer! Pero es que además, y esto es lo peor, nadie parece leer ya ciencia-ficción. Las colecciones languidecen. Editoriales que se lanzaron a publicar sellos nuevos, confiadas en un boom como el de la historia militar, se replantean la decisión. Los aficionados de siempre aparecen como aquellos vagabundos solitarios de Fahrenheit 451 que deambulaban como fantasmas con los viejos libros memorizados buscando infructuosamente a alguien a quien traspasar el legado. ¿Alguien ha oído hablar de La Fundación? ¿Qué ha sido de los Heechees? ¿Queda vida en el superjoviano planeta Mesklin, aunque sea vida muy aplastada por la gravedad?
El futuro ya no es lo que era. Clarke, al que le gustaba hacer profecías científicas, había vaticinado alegremente para este julio de 2008 (véase Greetings, carbon-based bipeds, Harper Collins, 2000) que en su ochenta cumpleaños Kubrick recibiría un Oscar especial de Hollywood. Claro que también veía al príncipe Harry en 2013 en el espacio (de momento ha estado en Afganistán) y a él mismo en su centenario (16 de diciembre de 2017) alojado en el hotel espacial Hilton Orbiter... Pobrecillo, que los Superseñores de El fin de la infancia le tengan en su seno.
En fin, no sigamos poniéndonos nostálgicos. ¿Qué le pasa a la ciencia-ficción? ¿Está realmente mal la cosa?
Miquel Barceló, editor de la legendaria colección Nova, veterano fan del género, autor de una obra de referencia sobre éste (Ciencia-ficción, guía de lectura, Nova, 1990, de la que todos esperamos ansiosamente su anunciada puesta al día: ¡vamos Miquel!) y profesor en la Facultad de Informática de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC), responde con un gesto elocuente: en la cafetería de la UPC, tan vacía en estos días veraniegos como un club de admiradores de Hal Clements -el más duro de la SF dura, muerto, por cierto, hélas, en 2003-, inclina el pulgar hacia abajo. "En la historia de la ciencia-ficción hay épocas de vacas gordas y de vacas flacas. Ésta es de flacas. Es algo cíclico. Pero ahora es más serio, mucho más serio, me temo".
Barceló, factótum del veterano premio UPC del género, hace una pausa dramática. La cafetera del bar aprovecha para emitir un ruido ominoso que recuerda los servomecanismos de los marcianos en La guerra de los mundos mientras se enciende una lucecita que sugiere el inquietante ojo escrutador de Hal (por cierto, ¿recuerdan la frase del supercomputador en 2001, una odisea del espacio?: "Tenemos un problema", ¡Clarke se adelantó dos años al leitmotiv del Apolo XIII!; parafraseémoslo: Ciencia-ficción, tenemos un problema). "La ciencia-ficción está yendo a menos. Es un hecho. En Estados Unidos hay un cambio de nombres y los nuevos no son conocidos, no logran un reconocimiento como antes. Aquí nadie se atreve a publicarlos. Las cifras de venta caen. En España, a la mitad. Ha habido un exceso de oferta en los últimos años que ha saturado el mercado, y a eso hay que añadir ahora una falta de demanda".
El especialista tiene una teoría sobre lo que está pasando -y que a él como editor le ha llevado a recortar su número de títulos-. Son varias las razones que llevan al declive del género en su faceta literaria. "El lector de ciencia-ficción típico es una persona interesada, en mayor o menor grado, en temas tecnológicos. Es una persona que pasa mucho tiempo en internet y ese tiempo ya no lo dedica a leer. Y está el audiovisual. El aficionado a la ciencia-ficción, al que siempre le han encantado las películas, encuentra un acceso ilimitado a ellas y a las series de televisión del género en la red, puede bajarse lo que quiera y verlo tranquilamente en casa. En referencia a la televisión, estamos hablando de muchas horas: las diez temporadas de Stargate SG 1, las cuatro de Stargate Atlantis, todos los capítulos de Battlestar Galactica, Star Trek
... ¿Cuánto tiempo significa eso de recorte de lectura?".
Lo paradójico es que bastante gente sigue interesada genéricamente en la ciencia-ficción, pero no en los libros, sino en otros soportes. Como en el cine. Aunque es difícil encontrar en los últimos tiempos alguna película que compita por el título de la mejor del género o que haya influido tanto como lo hizo en su día, por ejemplo, la Matrix de los Wachowski (1999: ¡hace ya nueve años!).
Otro fenómeno que perjudica a la ciencia-ficción, apunta Barceló, es que muchos de los temas clásicos del género forman parte hoy de nuestra vida cotidiana y ya no los percibimos como tales. La bioingeniería, por ejemplo, la inteligencia artificial o la continua revolución en las comunicaciones. Eso ya no nos parece ficción, sino pura ciencia. En general, la especulación parece haber perdido el sentido que tenía antes. El mañana se está comiendo el futuro. "La realidad deja obsoleta pronto cualquier predicción o hace ridículos los escenarios imaginados. Por eso una buena parte del género se dedica desde hace tiempo al futuro cercano, inmediato, más controlable, como hizo Gibson con Neuromante (Minotauro) y como ha hecho el ciberpunk. El futuro lejano interesa menos". Gibson predijo en 1984 el ciberespacio como una realidad virtual consensuada por los usuarios que accedían a él mentalmente a través de la interfaz cerebral con el ordenador. Es verdad que algunos lugares más allá de la pantalla en los que se meten hoy en día nuestros adolescentes no resultan menos complejos y siniestros que los escenarios de Neuromante, Conde Zero o Mona Lisa acelerada...
"Si nos fijamos en los autores clásicos que mejor continúan funcionando, dentro de la crisis", apunta el estudioso, "son los de la ciencia-ficción más cercana, los de los mundos interiores, personales, obsesivos, muchas veces mundos enajenados, insanos, autores de los que atrae, más que la ciencia, la complejidad psicológica, muy interesante para la gente de hoy. Escritores como Philip K. Dick o Ballard. Significativamente, son autores que, como en el caso de Ballard, han ido saliéndose del género o creándose un lector propio".
Ballard, no lo olvidemos, capaz de revelar lo abismal que puede ser una piscina, vacía, es el hombre que ha dicho que el único planeta realmente extraño es la Tierra -no en balde pasó la II Guerra Mundial en el campo de prisioneros japonés de Lunghua con compatriotas que se negaban a desprenderse de sus palos de cricket-, y que es el espacio interior, no el exterior, el que ha de explorarse (Guía del usuario para el nuevo milenio, ensayos y reseñas, Minotauro, 2002).
"Hay un cambio cultural: creo que podríamos vaticinar la muerte de la ciencia-ficción por disolución en el contexto", continúa Barceló. Como decíamos, el mañana está tan cerca que se come la ciencia-ficción. Quién hubiera dicho que el cambio climático, por ejemplo, que ha inspirado sensacionales novelas como El mundo sumergido (1962) o La sequía (1964) -ambas en Minotauro-, por no salir de Ballard, se convertiría en un tema esencial de la actualidad inmediata.
Un síntoma de esa disolución de la ciencia-ficción es cómo la literatura generalista está apropiándose de obras que hace unos años se hubieran publicado en colecciones del género y con esa etiqueta. "La literatura digamos convencional se ha permeabilizado a los contenidos de ciencia-ficción de una manera que parecía impensable. Se han roto muchas barreras. Pasó con Criptonomicón (Ediciones B, tres volúmenes), de Neal Stephenson, publicitado como libro para hackers y muy vendido. Se intenta con Spin (Omicron, 2008), de Robert Charles Wilson (sobre un escudo misterioso instalado por unos alienígenas en torno a la Tierra), presentado como matrimonio entre la ciencia-ficción hard y la novela literaria y que ganó el Premio Hugo en 2006". Otro caso es el de Greg Bear (1951), uno de los grandes nombres actuales, un tipo tan del género que hasta se casó con la hija de Poul Anderson. Bear, autor, de Eon (Ultramar, 1988) -alucinante revisión del tema clásico del asteroide o mundo hueco- y uno de los continuadores de la saga de La Fundación asimoviana (Fundación y caos, Nova, 1999), se pasó en su último libro, Quantico (Harper Collins, 2005, en España lo publicará Ediciones B, fuera de la colección especializada Nova), al technothriller, con mezcla de biotecnología y política. Del antes citado Stephenson se ha publicado Interfaz (Nova, 2007), una novela del mismo estilo escrita a medias por el autor con su tío, un profesor de Ciencias Políticas, y que trata sobre un presidente de Estados Unidos al que le implantan un chip en el cerebro. Richard Morgan (autor de Carbono alterado, Minotauro), ha ganado el Arthur C. Clarke a la mejor novela de ciencia-ficción publicada en el Reino Unido en 2007 por Black Man, un thriller, de nuevo, sobre genética. "El technothriller está por todas partes", señala Barceló mirando alrededor con aire alerta como si estuviéramos en El día de los trífidos.
Una clara evidencia de la mencionada permeabilidad de fronteras es que le hayan dado el Nebula, otro de los grandes galardones del género, a El sindicato de policía yiddish, nada menos, de alguien a quien la gente relaciona tan poco con la ciencia-ficción como Michel Chabon. Es cierto que la novela es una distopía -una utopía negativa- en la que Israel ha quedado colapsado en 1948 y los judíos europeos han debido establecerse en Alaska, que ya es tema. En España la ha publicado Mondadori. En buena manera, como ha señalado muy ingeniosamente un colega, la ciencia-ficción está siguiendo los pasos de la narrativa erótica, que ha desbordado el género estricto salpicándolo todo, y perdón por la imagen. La ciencia-ficción, podría decirse, está perdiendo su identidad genérica.
Encontramos, pues, ciencia-ficción por todas partes: en los numerosos thrillers biotecnológicos que han proliferado en las colecciones de best sellers, por ejemplo. "Pero la buena ciencia-ficción", considera Barceló, "en última instancia pierde en esos formatos. Domingo Santos, el gran padre teórico del género entre nosotros, decía que la ciencia-ficción no puede ser editada en España por editoriales grandes porque tiene un clarísimo tope de mercado y eso hace impacientarse, frustrarse y desanimarse a las empresas que buscan muchos beneficios. En este país han funcionado tradicionalmente las pequeñas editoriales, de las que ahora son ejemplo Bibliópolis, La Factoría de Ideas, Gigamesh..., que publican quizá dos mil ejemplares por norma de cada título y cuidan más sus programaciones". Un problema grave para la salud de la literatura de ciencia-ficción es que el lector típico del género, que era muy coleccionista, muy seguidor de las colecciones y solía comprarse todos los títulos de sus favoritas, ha dejado de serlo. "Antes vivíamos mucho de ese lector que compraba todo lo que publicabas, que quería estar al día, seguir contigo las vicisitudes del género. Ese lector casi ha desaparecido".
Para más inri, diríase que la ciencia-ficción ha perdido punch social, parte de lo que era su función en nuestra sociedad. "La ciencia-ficción clásica hablaba de un futuro lejano. Hoy parece no tener sentido la gran especulación. Las cosas cambian demasiado deprisa. Los sueños de un futuro lejano pierden rápidamente verosimilitud. La realidad lo deja casi todo obsoleto en veinte años".
La ciencia-ficción escrita, por otro lado, parece haberse alejado, a diferencia de la fantasía, del lector que busca más la evasión, un lector al que quizá no le apetece tanto meterse en novelas que requieren una honda formación científica. "Es cierto que Asimov y Clarke, de los que ahora muchos fans de la ciencia-ficción echan pestes, escribían tan sencillito que llegaban a todo el mundo. Recuerdo haber leído algo sobre un estudio literario acerca de los tropos y metáforas en la obra de Asimov y que concluía que no los hay".
Otro elemento distorsionador es que en la actualidad la narrativa para jóvenes se ha convertido en un género con carta de naturaleza propia, mientras que antes, a falta de esos productos específicos (el paradigma sería Harry Potter), si exceptuamos la inefable Enid Blyton y sus epifenómenos, la ciencia-ficción (como la gran narrativa de aventuras) era una iniciación a la lectura para muchos jóvenes, que luego permanecían en él. O sea, que no se crea público de futuro. Curiosamente, algunos clásicos de la ciencia-ficción de los setenta que se prestan a ello están siendo reeditados para el público joven, presentados como género fantástico en un sentido amplio. Es el caso de la hermosa saga de los dragoneros de Pern, de Anne MacCaffrey -historia ambientada en una lejana colonia de la Tierra en la que los humanos han aprendido a operar simbióticamente con criaturas telepáticas semejantes a dragones en lucha contra una amenaza alienígena-, cuya trilogía original editó Acervo en 1977 y acaba de reeditar ahora Roca editorial, ¡en la estela del fenómeno Eragorn!
Hoy en día la iniciación en la ciencia-ficción es mucho más difícil. Paradójicamente, los jóvenes tecnológicamente más punteros de la historia se están perdiendo un género literario que parece hecho para ellos.
Llegados a este punto, ¿podemos dar algunas notas de optimismo? Bueno, la ciencia-ficción interesa en cine, en parte gracias a que a Willie Smith le gusta el género. En ensayo encontramos que el Premio Anagrama de la categoría lo ha ganado este año Descenso literario a los infiernos demográficos, de Andreu Domingo, un libro sobre las distopías, con muchísimas referencias a la ciencia-ficción. Las convenciones, foros y encuentros del género siguen reuniendo a mucha gente -en Valencia uno sobre la La guerra de las galaxias logró un éxito al traer al actor Garrick Hagon, intérprete de uno de los pilotos colegas de Luke Skywalker, Biggs Darklighter (Rojo Tres), caído en el ataque a la Estrella de la Muerte-. Una de las grandes exposiciones de la temporada y que se inaugura el próximo día 22 en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) está dedicada a Ballard. Y, sin duda, se están publicando, pese a todo, buenos títulos del género. Quien firma estas líneas, sin ir más lejos, ha leído recientemente un par de novelas muy sugerentes, La vieja guardia, de John Scalzi (Minotauro), con unas entrañables tropas del espacio de la tercera edad, y Camuflaje, del viejo amigo Joe Haldeman (Omicrón), que sin ser nada del otro mundo (!) te devuelve el entretenimiento de aquellos viejos clásicos con los que aprendimos a amar el género (trata sobre dos extraterrestres capaces de modificar su aspecto enfrentados en la Tierra).
Y la crisis, y esto es un consuelo, no afecta a la fantasía, un género hermano que funciona de lo lindo. Que se lo digan a Bibliópolis, que triunfa con el polaco Sapkowski y su brujo cazador de monstruos, Geralt de Rivia. O a Alejo Cuervo, editor de Gigamesh, que pasea estos días bajo palio por España al gran Georges R. R. Martin (autor, por cierto, de una de las novelas más conmovedoras jamás escritas de la ciencia-ficción, Muerte de la luz, historia de un amor imposible en un planeta condenado, reeditada por Gigamesh, que reedita también la bellísima novela de vampiros y amistad Sueño del Fevre). Martin ha conseguido unas ventas y una popularidad extraordinarias en España con su larga serie de Fantasía Canción de hielo y fuego.
La ciencia-ficción, para acabar, sigue siendo, pese a todo, como recalca Barceló, el género mejor para explicar el presente con especulaciones sobre nuestro futuro. Sólo la ciencia-ficción nos permite imaginar las consecuencias indeseables del presente. Es nuestra mejor herramienta y no deberíamos perderla.
JACINTO ANTÓN, en http://www.elpais.com/articulo/semana/galaxia/apaga/elpepuculbab/20080719elpbabese_3/Tes
La ciencia-ficción está de capa caída, un manto más oscuro que el de Darth Vader parece haber caído sobre nuestro querido género, en el terreno literario. La muerte y el crepúsculo se han adueñado de los viejos grandes maestros: el risueño Arthur C. Clarke ha fallecido (adieu Rama), JG Ballard se enfrenta a su personal apocalipsis en forma de cáncer y Ray Bradbury, a punto de cumplir 88 años, estruja su melancolía soñando con que esparcirán sus cenizas en los desiertos de Marte. Ya no están con nosotros Stanislaw Lem, Zelazny, Heinlein, Asimov... Son unos ancianos Aldiss, Pohl, Harry Harrison. No se ve surgir nombres a la altura de aquellos grandes que desaparecen. Muchos buenos autores se pasan a la fantasía. Ursula K. Le Guin acaba de publicar en Estados Unidos Lavinia, ¡una relectura de la Eneida contada por una mujer! Pero es que además, y esto es lo peor, nadie parece leer ya ciencia-ficción. Las colecciones languidecen. Editoriales que se lanzaron a publicar sellos nuevos, confiadas en un boom como el de la historia militar, se replantean la decisión. Los aficionados de siempre aparecen como aquellos vagabundos solitarios de Fahrenheit 451 que deambulaban como fantasmas con los viejos libros memorizados buscando infructuosamente a alguien a quien traspasar el legado. ¿Alguien ha oído hablar de La Fundación? ¿Qué ha sido de los Heechees? ¿Queda vida en el superjoviano planeta Mesklin, aunque sea vida muy aplastada por la gravedad?
El futuro ya no es lo que era. Clarke, al que le gustaba hacer profecías científicas, había vaticinado alegremente para este julio de 2008 (véase Greetings, carbon-based bipeds, Harper Collins, 2000) que en su ochenta cumpleaños Kubrick recibiría un Oscar especial de Hollywood. Claro que también veía al príncipe Harry en 2013 en el espacio (de momento ha estado en Afganistán) y a él mismo en su centenario (16 de diciembre de 2017) alojado en el hotel espacial Hilton Orbiter... Pobrecillo, que los Superseñores de El fin de la infancia le tengan en su seno.
En fin, no sigamos poniéndonos nostálgicos. ¿Qué le pasa a la ciencia-ficción? ¿Está realmente mal la cosa?
Miquel Barceló, editor de la legendaria colección Nova, veterano fan del género, autor de una obra de referencia sobre éste (Ciencia-ficción, guía de lectura, Nova, 1990, de la que todos esperamos ansiosamente su anunciada puesta al día: ¡vamos Miquel!) y profesor en la Facultad de Informática de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC), responde con un gesto elocuente: en la cafetería de la UPC, tan vacía en estos días veraniegos como un club de admiradores de Hal Clements -el más duro de la SF dura, muerto, por cierto, hélas, en 2003-, inclina el pulgar hacia abajo. "En la historia de la ciencia-ficción hay épocas de vacas gordas y de vacas flacas. Ésta es de flacas. Es algo cíclico. Pero ahora es más serio, mucho más serio, me temo".
Barceló, factótum del veterano premio UPC del género, hace una pausa dramática. La cafetera del bar aprovecha para emitir un ruido ominoso que recuerda los servomecanismos de los marcianos en La guerra de los mundos mientras se enciende una lucecita que sugiere el inquietante ojo escrutador de Hal (por cierto, ¿recuerdan la frase del supercomputador en 2001, una odisea del espacio?: "Tenemos un problema", ¡Clarke se adelantó dos años al leitmotiv del Apolo XIII!; parafraseémoslo: Ciencia-ficción, tenemos un problema). "La ciencia-ficción está yendo a menos. Es un hecho. En Estados Unidos hay un cambio de nombres y los nuevos no son conocidos, no logran un reconocimiento como antes. Aquí nadie se atreve a publicarlos. Las cifras de venta caen. En España, a la mitad. Ha habido un exceso de oferta en los últimos años que ha saturado el mercado, y a eso hay que añadir ahora una falta de demanda".
El especialista tiene una teoría sobre lo que está pasando -y que a él como editor le ha llevado a recortar su número de títulos-. Son varias las razones que llevan al declive del género en su faceta literaria. "El lector de ciencia-ficción típico es una persona interesada, en mayor o menor grado, en temas tecnológicos. Es una persona que pasa mucho tiempo en internet y ese tiempo ya no lo dedica a leer. Y está el audiovisual. El aficionado a la ciencia-ficción, al que siempre le han encantado las películas, encuentra un acceso ilimitado a ellas y a las series de televisión del género en la red, puede bajarse lo que quiera y verlo tranquilamente en casa. En referencia a la televisión, estamos hablando de muchas horas: las diez temporadas de Stargate SG 1, las cuatro de Stargate Atlantis, todos los capítulos de Battlestar Galactica, Star Trek
... ¿Cuánto tiempo significa eso de recorte de lectura?".
Lo paradójico es que bastante gente sigue interesada genéricamente en la ciencia-ficción, pero no en los libros, sino en otros soportes. Como en el cine. Aunque es difícil encontrar en los últimos tiempos alguna película que compita por el título de la mejor del género o que haya influido tanto como lo hizo en su día, por ejemplo, la Matrix de los Wachowski (1999: ¡hace ya nueve años!).
Otro fenómeno que perjudica a la ciencia-ficción, apunta Barceló, es que muchos de los temas clásicos del género forman parte hoy de nuestra vida cotidiana y ya no los percibimos como tales. La bioingeniería, por ejemplo, la inteligencia artificial o la continua revolución en las comunicaciones. Eso ya no nos parece ficción, sino pura ciencia. En general, la especulación parece haber perdido el sentido que tenía antes. El mañana se está comiendo el futuro. "La realidad deja obsoleta pronto cualquier predicción o hace ridículos los escenarios imaginados. Por eso una buena parte del género se dedica desde hace tiempo al futuro cercano, inmediato, más controlable, como hizo Gibson con Neuromante (Minotauro) y como ha hecho el ciberpunk. El futuro lejano interesa menos". Gibson predijo en 1984 el ciberespacio como una realidad virtual consensuada por los usuarios que accedían a él mentalmente a través de la interfaz cerebral con el ordenador. Es verdad que algunos lugares más allá de la pantalla en los que se meten hoy en día nuestros adolescentes no resultan menos complejos y siniestros que los escenarios de Neuromante, Conde Zero o Mona Lisa acelerada...
"Si nos fijamos en los autores clásicos que mejor continúan funcionando, dentro de la crisis", apunta el estudioso, "son los de la ciencia-ficción más cercana, los de los mundos interiores, personales, obsesivos, muchas veces mundos enajenados, insanos, autores de los que atrae, más que la ciencia, la complejidad psicológica, muy interesante para la gente de hoy. Escritores como Philip K. Dick o Ballard. Significativamente, son autores que, como en el caso de Ballard, han ido saliéndose del género o creándose un lector propio".
Ballard, no lo olvidemos, capaz de revelar lo abismal que puede ser una piscina, vacía, es el hombre que ha dicho que el único planeta realmente extraño es la Tierra -no en balde pasó la II Guerra Mundial en el campo de prisioneros japonés de Lunghua con compatriotas que se negaban a desprenderse de sus palos de cricket-, y que es el espacio interior, no el exterior, el que ha de explorarse (Guía del usuario para el nuevo milenio, ensayos y reseñas, Minotauro, 2002).
"Hay un cambio cultural: creo que podríamos vaticinar la muerte de la ciencia-ficción por disolución en el contexto", continúa Barceló. Como decíamos, el mañana está tan cerca que se come la ciencia-ficción. Quién hubiera dicho que el cambio climático, por ejemplo, que ha inspirado sensacionales novelas como El mundo sumergido (1962) o La sequía (1964) -ambas en Minotauro-, por no salir de Ballard, se convertiría en un tema esencial de la actualidad inmediata.
Un síntoma de esa disolución de la ciencia-ficción es cómo la literatura generalista está apropiándose de obras que hace unos años se hubieran publicado en colecciones del género y con esa etiqueta. "La literatura digamos convencional se ha permeabilizado a los contenidos de ciencia-ficción de una manera que parecía impensable. Se han roto muchas barreras. Pasó con Criptonomicón (Ediciones B, tres volúmenes), de Neal Stephenson, publicitado como libro para hackers y muy vendido. Se intenta con Spin (Omicron, 2008), de Robert Charles Wilson (sobre un escudo misterioso instalado por unos alienígenas en torno a la Tierra), presentado como matrimonio entre la ciencia-ficción hard y la novela literaria y que ganó el Premio Hugo en 2006". Otro caso es el de Greg Bear (1951), uno de los grandes nombres actuales, un tipo tan del género que hasta se casó con la hija de Poul Anderson. Bear, autor, de Eon (Ultramar, 1988) -alucinante revisión del tema clásico del asteroide o mundo hueco- y uno de los continuadores de la saga de La Fundación asimoviana (Fundación y caos, Nova, 1999), se pasó en su último libro, Quantico (Harper Collins, 2005, en España lo publicará Ediciones B, fuera de la colección especializada Nova), al technothriller, con mezcla de biotecnología y política. Del antes citado Stephenson se ha publicado Interfaz (Nova, 2007), una novela del mismo estilo escrita a medias por el autor con su tío, un profesor de Ciencias Políticas, y que trata sobre un presidente de Estados Unidos al que le implantan un chip en el cerebro. Richard Morgan (autor de Carbono alterado, Minotauro), ha ganado el Arthur C. Clarke a la mejor novela de ciencia-ficción publicada en el Reino Unido en 2007 por Black Man, un thriller, de nuevo, sobre genética. "El technothriller está por todas partes", señala Barceló mirando alrededor con aire alerta como si estuviéramos en El día de los trífidos.
Una clara evidencia de la mencionada permeabilidad de fronteras es que le hayan dado el Nebula, otro de los grandes galardones del género, a El sindicato de policía yiddish, nada menos, de alguien a quien la gente relaciona tan poco con la ciencia-ficción como Michel Chabon. Es cierto que la novela es una distopía -una utopía negativa- en la que Israel ha quedado colapsado en 1948 y los judíos europeos han debido establecerse en Alaska, que ya es tema. En España la ha publicado Mondadori. En buena manera, como ha señalado muy ingeniosamente un colega, la ciencia-ficción está siguiendo los pasos de la narrativa erótica, que ha desbordado el género estricto salpicándolo todo, y perdón por la imagen. La ciencia-ficción, podría decirse, está perdiendo su identidad genérica.
Encontramos, pues, ciencia-ficción por todas partes: en los numerosos thrillers biotecnológicos que han proliferado en las colecciones de best sellers, por ejemplo. "Pero la buena ciencia-ficción", considera Barceló, "en última instancia pierde en esos formatos. Domingo Santos, el gran padre teórico del género entre nosotros, decía que la ciencia-ficción no puede ser editada en España por editoriales grandes porque tiene un clarísimo tope de mercado y eso hace impacientarse, frustrarse y desanimarse a las empresas que buscan muchos beneficios. En este país han funcionado tradicionalmente las pequeñas editoriales, de las que ahora son ejemplo Bibliópolis, La Factoría de Ideas, Gigamesh..., que publican quizá dos mil ejemplares por norma de cada título y cuidan más sus programaciones". Un problema grave para la salud de la literatura de ciencia-ficción es que el lector típico del género, que era muy coleccionista, muy seguidor de las colecciones y solía comprarse todos los títulos de sus favoritas, ha dejado de serlo. "Antes vivíamos mucho de ese lector que compraba todo lo que publicabas, que quería estar al día, seguir contigo las vicisitudes del género. Ese lector casi ha desaparecido".
Para más inri, diríase que la ciencia-ficción ha perdido punch social, parte de lo que era su función en nuestra sociedad. "La ciencia-ficción clásica hablaba de un futuro lejano. Hoy parece no tener sentido la gran especulación. Las cosas cambian demasiado deprisa. Los sueños de un futuro lejano pierden rápidamente verosimilitud. La realidad lo deja casi todo obsoleto en veinte años".
La ciencia-ficción escrita, por otro lado, parece haberse alejado, a diferencia de la fantasía, del lector que busca más la evasión, un lector al que quizá no le apetece tanto meterse en novelas que requieren una honda formación científica. "Es cierto que Asimov y Clarke, de los que ahora muchos fans de la ciencia-ficción echan pestes, escribían tan sencillito que llegaban a todo el mundo. Recuerdo haber leído algo sobre un estudio literario acerca de los tropos y metáforas en la obra de Asimov y que concluía que no los hay".
Otro elemento distorsionador es que en la actualidad la narrativa para jóvenes se ha convertido en un género con carta de naturaleza propia, mientras que antes, a falta de esos productos específicos (el paradigma sería Harry Potter), si exceptuamos la inefable Enid Blyton y sus epifenómenos, la ciencia-ficción (como la gran narrativa de aventuras) era una iniciación a la lectura para muchos jóvenes, que luego permanecían en él. O sea, que no se crea público de futuro. Curiosamente, algunos clásicos de la ciencia-ficción de los setenta que se prestan a ello están siendo reeditados para el público joven, presentados como género fantástico en un sentido amplio. Es el caso de la hermosa saga de los dragoneros de Pern, de Anne MacCaffrey -historia ambientada en una lejana colonia de la Tierra en la que los humanos han aprendido a operar simbióticamente con criaturas telepáticas semejantes a dragones en lucha contra una amenaza alienígena-, cuya trilogía original editó Acervo en 1977 y acaba de reeditar ahora Roca editorial, ¡en la estela del fenómeno Eragorn!
Hoy en día la iniciación en la ciencia-ficción es mucho más difícil. Paradójicamente, los jóvenes tecnológicamente más punteros de la historia se están perdiendo un género literario que parece hecho para ellos.
Llegados a este punto, ¿podemos dar algunas notas de optimismo? Bueno, la ciencia-ficción interesa en cine, en parte gracias a que a Willie Smith le gusta el género. En ensayo encontramos que el Premio Anagrama de la categoría lo ha ganado este año Descenso literario a los infiernos demográficos, de Andreu Domingo, un libro sobre las distopías, con muchísimas referencias a la ciencia-ficción. Las convenciones, foros y encuentros del género siguen reuniendo a mucha gente -en Valencia uno sobre la La guerra de las galaxias logró un éxito al traer al actor Garrick Hagon, intérprete de uno de los pilotos colegas de Luke Skywalker, Biggs Darklighter (Rojo Tres), caído en el ataque a la Estrella de la Muerte-. Una de las grandes exposiciones de la temporada y que se inaugura el próximo día 22 en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) está dedicada a Ballard. Y, sin duda, se están publicando, pese a todo, buenos títulos del género. Quien firma estas líneas, sin ir más lejos, ha leído recientemente un par de novelas muy sugerentes, La vieja guardia, de John Scalzi (Minotauro), con unas entrañables tropas del espacio de la tercera edad, y Camuflaje, del viejo amigo Joe Haldeman (Omicrón), que sin ser nada del otro mundo (!) te devuelve el entretenimiento de aquellos viejos clásicos con los que aprendimos a amar el género (trata sobre dos extraterrestres capaces de modificar su aspecto enfrentados en la Tierra).
Y la crisis, y esto es un consuelo, no afecta a la fantasía, un género hermano que funciona de lo lindo. Que se lo digan a Bibliópolis, que triunfa con el polaco Sapkowski y su brujo cazador de monstruos, Geralt de Rivia. O a Alejo Cuervo, editor de Gigamesh, que pasea estos días bajo palio por España al gran Georges R. R. Martin (autor, por cierto, de una de las novelas más conmovedoras jamás escritas de la ciencia-ficción, Muerte de la luz, historia de un amor imposible en un planeta condenado, reeditada por Gigamesh, que reedita también la bellísima novela de vampiros y amistad Sueño del Fevre). Martin ha conseguido unas ventas y una popularidad extraordinarias en España con su larga serie de Fantasía Canción de hielo y fuego.
La ciencia-ficción, para acabar, sigue siendo, pese a todo, como recalca Barceló, el género mejor para explicar el presente con especulaciones sobre nuestro futuro. Sólo la ciencia-ficción nos permite imaginar las consecuencias indeseables del presente. Es nuestra mejor herramienta y no deberíamos perderla.
JACINTO ANTÓN, en http://www.elpais.com/articulo/semana/galaxia/apaga/elpepuculbab/20080719elpbabese_3/Tes
jueves, julio 24, 2008
En peligro de extinción
Por estos días les pondré algunos artículos aparecidos en Babelia acerca de la inminente muerte de la ciencia ficción como género literario. Están bonitos e interesantes, o sea, pasmarotes. Espero que los disfruten tanto como yo los disfruté y que los conmine a leer alguno de los clásicos de este género que en palabras de estos doctos pasmarotes está desapareciendo como las ballenas y la capa de ozono.
Como siempre, yo recomiendo Crónicas marcianas y Fahrenheit 451.
Como siempre, yo recomiendo Crónicas marcianas y Fahrenheit 451.
Un proyecto que tal vez les interese
Hola. Estaba huroneando por el blog de Alberto Chimal y me encontré esta convocatoria que tal vez les resulte interesante. Chéquenla.
miércoles, julio 23, 2008
Lo que trajo el verano
Bueno, pues a petición del David, aquí va un post sobre películas.
El año pasado, el Oportuno y el Magnánimo fueron al cine en tres ocasiones. La razón: la cartelera estuvo muy árida. Vimos 300, vimos Zodiac, y alguna otra cosa que no puedo recordar (así habrá estado).
Este año ha sido infinitamente mejor: El orfanato, Sweeney Todd, There will be blood, No country for old men, Eastern promises, Persepolis, The happening, Hellboy: the golden army, y The Dark Knight. Todas ellas, en mayor o menor grado, merecen un post. Pero son las últimas dos las que se lo llevan: el Oportuno y el Magnánimo llevan esperando cuatro años por la de Hellboy y tres por la de Batman. Y hay que decirlo claramente, son las dos películas que han ansiado ver durante este año.
Cuando la familia Pachuco-Hurón vio Hellboy por primera vez se quedó fascinada. Durante estos años les ha parecido una de las mejores adaptaciones de cómic al cine, si no es que la mejor. Los personajes son adorables, la historia está bien chida, los efectos bien empleados, tiene mucho sentido del humor, y al terminar de verla siempre se han sentido muy contentos y bastante en paz con el mundo. Por esa razón se convirtió en una de sus películas de fondo favoritas: cuando quieren tontear y no tienen ganas de oir música, leer, y no hay nada chido en la tele, la dejan correr en el DVD. La han visto tantas veces, que aunque no le presten atención saben en qué punto va la película nada más con oirla.
Hellboy 2 y The Dark Kinght pintan para lo mismo. Hellboy es una fantasía desatada y desfachatada: absolutamente hermosa, con cada detalle en su lugar, muy emotiva y muy graciosa. The Dark Knight es una película de acción apegada a un cánon clásico (por decirlo de alguna manera): secuencias de persecución impresionantes, efectos chingones, personajes metidos en conflictos sentimentales y éticos cabrones, y por sobre todo, narra una historia perfectamente delimitada. El Oportuno salió del cine alabando todas estas virtudes y declarando que la película le recordaba a la maravillosa Die Hard, lo cual es mucho decir en estos tiempos en los que el género de acción se encuentra reducido a persecuciones pendejas, personajes caricaturescos y explosiones nomás porque sí. Y eso sin hablar de las reminiscencias de The killing joke con que cuenta la película.
En fin, se trata de películas que, a pesar estar basadas en cómics, se convierten en criaturas distintas, autónomas. Así, es posible identificar al Hellboy de del Toro con el de Mignola, y al Batman de Nolan con el de los cómics, y aún así decir que son diferentes. Y que esa diferencia enriquece a los personajes, los hace más interesantes y más perdurables.
Y bueno. El Magnánimo ya está esperando Hellboy 3. Aunque tendrá que esperar otros cuatro años para verla, si le va bien.
El año pasado, el Oportuno y el Magnánimo fueron al cine en tres ocasiones. La razón: la cartelera estuvo muy árida. Vimos 300, vimos Zodiac, y alguna otra cosa que no puedo recordar (así habrá estado).
Este año ha sido infinitamente mejor: El orfanato, Sweeney Todd, There will be blood, No country for old men, Eastern promises, Persepolis, The happening, Hellboy: the golden army, y The Dark Knight. Todas ellas, en mayor o menor grado, merecen un post. Pero son las últimas dos las que se lo llevan: el Oportuno y el Magnánimo llevan esperando cuatro años por la de Hellboy y tres por la de Batman. Y hay que decirlo claramente, son las dos películas que han ansiado ver durante este año.
Cuando la familia Pachuco-Hurón vio Hellboy por primera vez se quedó fascinada. Durante estos años les ha parecido una de las mejores adaptaciones de cómic al cine, si no es que la mejor. Los personajes son adorables, la historia está bien chida, los efectos bien empleados, tiene mucho sentido del humor, y al terminar de verla siempre se han sentido muy contentos y bastante en paz con el mundo. Por esa razón se convirtió en una de sus películas de fondo favoritas: cuando quieren tontear y no tienen ganas de oir música, leer, y no hay nada chido en la tele, la dejan correr en el DVD. La han visto tantas veces, que aunque no le presten atención saben en qué punto va la película nada más con oirla.
Hellboy 2 y The Dark Kinght pintan para lo mismo. Hellboy es una fantasía desatada y desfachatada: absolutamente hermosa, con cada detalle en su lugar, muy emotiva y muy graciosa. The Dark Knight es una película de acción apegada a un cánon clásico (por decirlo de alguna manera): secuencias de persecución impresionantes, efectos chingones, personajes metidos en conflictos sentimentales y éticos cabrones, y por sobre todo, narra una historia perfectamente delimitada. El Oportuno salió del cine alabando todas estas virtudes y declarando que la película le recordaba a la maravillosa Die Hard, lo cual es mucho decir en estos tiempos en los que el género de acción se encuentra reducido a persecuciones pendejas, personajes caricaturescos y explosiones nomás porque sí. Y eso sin hablar de las reminiscencias de The killing joke con que cuenta la película.
En fin, se trata de películas que, a pesar estar basadas en cómics, se convierten en criaturas distintas, autónomas. Así, es posible identificar al Hellboy de del Toro con el de Mignola, y al Batman de Nolan con el de los cómics, y aún así decir que son diferentes. Y que esa diferencia enriquece a los personajes, los hace más interesantes y más perdurables.
Y bueno. El Magnánimo ya está esperando Hellboy 3. Aunque tendrá que esperar otros cuatro años para verla, si le va bien.
sábado, julio 05, 2008
Endogamia, o por qué desconfiar de los alcaldes panistas
Endogamia, término aplicado a ciertas costumbres que se practican en algunas sociedades, por las cuales un miembro de una comunidad, tribu, clan o unidad social contrae matrimonio con otra persona del mismo grupo social. En algunas sociedades, los miembros tienen prohibido casarse con personas que pertenezcan a una unidad social diferente.
Las prácticas endogámicas son muy comunes en aquellas sociedades en las que la organización es de tipo estratificado; suelen fundamentarse en las castas (como ocurre entre los hindúes en la India), en la descendencia genealógica (entre la realeza europea), en la ocupación (en el caso de los masai de África oriental), en los grupos de edad (entre los aborígenes australianos) o en el nivel económico y social (como en el caso de las diferentes clases sociales en muchos países). La versión más restrictiva de la endogamia fue la que practicaron ciertos gobernantes del antiguo Egipto o del Imperio inca, de quienes se esperaba que mantuvieran la pureza de la sangre real casándose sólo con sus hermanas.
Los expertos discrepan en cuanto a las ventajas de la endogamia como elemento de preservación de linajes supuestamente superiores o aristocráticos. Algunos mantienen que la endogamia favorece la degeneración de la rama genética; otros, por el contrario, sostienen que son los defectos hereditarios introducidos por los matrimonios externos al grupo los que originan tal deterioro. El término endogamia también puede hacer referencia a la costumbre de contraer matrimonio en el seno de una religión o comunidad.
Bueno, no voy a argumentar nada más. No sé ni me interesa si los militantes del PRI o el PRD practican la endogamia. Lo que sé es que ni uno ni otro partido han presentado como candidatos a individuos con evidentes síntomas de retardo mental (bueno, sus candidatos suelen ser completos imbéciles, pero no por causas genéticas, ¿ya?). Yo no sé si los políticos panistas en Monterrey y en León son fruto de alguna retorcida práctica endogámica, pero es posible que sepan tocar el banjo, y eso no lo pondrán en sus currículos. ¿O sí?
jueves, julio 03, 2008
Petición
Raza: suplico de la manera más atenta y amable que vayais pronto a ver The happening, para que pueda comentar a gusto la película sin hacerles el mal de revelarles información valiosa. Ya sé que podría decirles de qué se trata, en qué termina, quiénes son los güeyes de la historia, quiénes los más pendejos, etcétera. Va con mi perfil, pues hace tiempo que quiero hacer una página de spoilers. Pero como a mí ya me hicieron ese mal con Sexto sentido, esperaré a que vayan al cine.
He dicho. Nomás no se tarden mucho en verla :D
He dicho. Nomás no se tarden mucho en verla :D
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