La mañana inició ajetreada. Pasaron veinte minutos a partir de que la tele se encendió y el despertador sonó para que pudiéramos levantarnos y empezar el día. Entre las muchas banalidades cruciales que hago en las primeras horas de la mañana (bañarme a la carrera, bañar a la nena más dormida que despierta, vestirme rápido y buscando ropa que no necesita plancharse, bajar hecha madre con el Pachuco a preparar el lonche y el desayuno, prender la tele para escuchar de refilón el pronóstico del clima), escuché una entrevista en vivo que Telediario le hizo a Larrazábal. El tipo se veía relajado: iba en ropa deportiva, para correr, y de fondo se veían el tráfico y algunas personas rumbo a su trabajo, o que estaban caminando un poco antes de ir a trabajar. Y entonces el cuate suelta su promesa estrella de campaña: todos los candidatos panistas que resulten electos este 5 de julio (entre los cuales se supone él mismo, claro está) designarán a jefes militares para que se hagan cargo de la secretaría de seguridad de sus respectivos estados y municipios.
La historia no cesa de probar una y otra vez que la combinación derecha-milicia es mala, nefanda, funesta, etcétera. Y sin embargo, este idiota de porquería suelta esta monserga en televisión, con su carita tranquila y su ropa deportiva nice, y la gente dice "ah, sí, que el ejército se haga cargo". ¿Cómo es que nadie respinga? ¿Cómo es que nadie le dice a estos pendejos que los militares, en tiempo de paz, deben estar marchando en sus cuartelitos y no sueltos en las calles haciendo redadas? Nadie se acuerda de esto: que Hitler parecía buena persona y buen patriota, que Mussolini era buen critiano, que Pinochet era conservador, que Porfirio Díaz era de la vieja guardia, y que Larrazabal y su raza son de esa vieja guardia. Me asusta la naturalidad con que la gente acepta las cosas, pensando que aquí no pasará, que aquí la derecha es tranquila y el ejército está al servicio del pueblo.
Pero no es así. La derecha es la derecha y el ejército está al servicio del mandamás en turno. ¿Y entonces? ¿Qué onda con México?
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