El año se acerca cada vez más a su final y algunos procesos actualmente activos en mi vida también: en tres semanas, máximo, tendré a mi segundo hijo, y mi maestría terminará dentro de dos. Claro que luego vienen dos años de histeria con la tesis , pero eso es otra cuestión.
Mi última materia, en línea, como el 90 por ciento del resto, está centrada en las instituciones culturales y educativas. Mi experiencia personal y laboral en el área, especialmente como docente, ya que nunca he sido funcionaria administrativa, me dice que las instituciones (educativas, culturales, políticas, etcétera, etcétera, etcétera) simplemente viven para simular que fungen un papel social importante y fundamental en lugar de SER un pilar social importante y fundamental. Ayer se me ocurrió decirlo en clase: cómo los planes institucionales de estos monstruos son meras cartas a Santa Clos plagadas de buenas intenciones, sin agenda a cumplir y sin derrotero claramente marcado. Quien me conoce sabe que soy una inválida social: que abro la boca para decir algo que a mí me parece coherente y sensato, y acabo ofendiendo de por vida a personas que considero inteligentes. Por supuesto, luego de mi comentario saltó el montón de pulgas institucionalizadas en su puestito de cultura desde hace diez, quince o veinte años: que si trabajamos mucho, muy duro y con poco presupuesto; que si hay que trabajar, incluso desde fuera de la institución; que si somos mártires de la cultura, etcétera, etcétera, etcétera.
Me acordé de aquella ocasión que, en octavo semestre de la carrera, se me ocurrió decirle a mi maestra que "El almohadón de plumas", de Horacio Quiroga, no obstante su fama y el agrado con que es leído por jóvenes generaciones, es un cuento bien hecho, un buen ejemplo de la producción de su autor, pero definitivamente imperfecto y no su mejor trabajo, ya que el párrafo final desploma la belleza y el misterio de la fábula. Mi maestra me miró indignada y me dijo que yo no tenía derecho a cuestionar a un maestro como Quiroga.
Si las aulas no sirven para cuestionar a los maestros, ¿entonces para qué sirven? ¿Para qué sirve la escuela? ¿Para qué sirve la institución? ¿Para qué sirve la cultura? Para NADA, eso es lo que me gritan mi maestra hace diez años y mis compañeros el día de ayer.
Ahora mismo escucho a mi maestro y muchos de mis compañeros echarse porras. Está muy bien: sí, se hace mucho con poco apoyo; sí, definitivamente hay mártires de la cultura en todas las instituciones; sí, la gestión es una labor fundamental de la cultura. Y por eso mismo es importante reconocer y solucionar ese mal endémico de las instituciones de decir que lo que hacen es muy bonito, pero sin dejar una huella tangible en la sociedad.
Me siento como si hubiera desperdiciado los últimos dos años de mi vida.
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2 comentarios:
Pues yo te amo porque no te estás calladita. Si no, qué chiste.
Rasco, rasco al Hurón porque tiene el hocico retacado de razón.
Yo ni siquiera entiendo por qué un gobierno gasta en instituciones culturales. Si a la gente le consigues una buena educación básica y una vida no tan ojete, ya se encargará la gente de crear cultura. Si la vida en un país es un desastre, su gobierno tiene muchas tareas pendientes como para gastar en museos chileros y cinetecas miopes.
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