No pretendo ni por accidente ponerme filosófica: mis tres lectores saben que carezco de la sutil gracia de la paciencia, que a la menor provocación empiezo a soltar trancazos, bofetadas e improperios inventados para la ocasión por mi fértil y guarra imaginación. Sin embargo, ya que todo mundo lo hace, dedicaré esta entrada al querido y nunca bien ponderado Enrique Peña Nieto.
Que si el tipo es imbécil o analfabeta funcional no lo pondré en discusión: es evidente que de unos quince años para acá, la ignorancia se ha añadido a las multifacéticas taras de los políticos, no sólo mexicanos, sino del mundo entero. Tal como es mi costumbre, escribo para echar pestes, porque luego de dos, tres, cuatro días de atizarle al fulano, el asunto ya perdió gracia y se ha convertido en el caballito de batalla de toda persona que no se considera ni imbécil ni analfabeta funcional porque ha leído al menos los tres mentados libros que le cambiaron la vida que fueron el inicio de esta humillante aventurita para el político priísta. Es decir, ya nos olvidamos de lo esencial, de que Enriquito (deje usted que lea o no lea: da igual, a lo mejor el cuate es un ajedrecista bien chingón o pasa su tiempo pintando al óleo, placeres que, por ejemplo, me están absolutamente vedados) es un completo zope que no tiene ni idea de como afrontar un imprevisto, y mire usted que en una presidencia de la república eso de los imprevistos ha de saltar unas quince veces al día.
Dejando de lado el hecho de que Quique es un muchacho basto, inculto, grosero, cabeza dura, etcétera, nos enfrentamos, en primer lugar, al hecho de que este chico tuvo dos salidas decorosas para la impertinente pregunta del impenitente periodista, y no se le ocurrió tomar ninguna: a) "Mire usted, estimado periodista, fíjese que no leo, es que, ¿sabe usted? no lo acostumbro. En la escuela me enseñaron que leer es para estudiar, así que he leído sólo lo que me sirve para mi profesión, y los títulos de esos libros son tan áridos y aburridos, que la verdad ni los recuerdo"; b) "Mire usted, señor periodista, esa es una pregunta que considero muy personal, y por lo mismo me concedo el derecho a no responderla". ¡Y punto! Ultimadamente, ¿qué te importa, hijo de puta, lo que leo o no leo, si es asunto mío?
En segundo lugar, nos enfrentamos a las incontables e interminables andanadas de la gente culta, la gente que lee, la gente que moraliza y que dice que aquellos que no leen son unos pobres ignorantes que no merecen, ya no tomar parte en la vida social, sino siquiera vivir en ella. Lo que Quique hizo fue darnos chance de ponernos groseros: "Mejor lee, no des Pena, Nieto"; "No le regales tu voto a Peña Nieto, mejor regálale un libro". Y mi pregunta es, ¿para qué le regalo un libro, si no lo va a leer? Lo cual me lleva a una cuestión prístina y fundamental en la que nadie, en los últimos años, parece haber parado mientes: ¿y si esos bajos índices de lectura que tanto nos pasean las autoridades por delante de las narices, significan simple y llanamente que a la raza no le da la puta gana leer, qué?
Lo que olvidamos aquellos que leemos, es que leer es una de las muchas aficiones "cultas" que puede practicar una persona: también lo son ir al teatro, ir a un concierto, ir a un baile, ir al ballet, ir al cine, ir a un jolgorio, pintar, jugar ajedrez, esculpir, plantar jardines, y jugar a la matatena. Y sin embargo, de todas estas opciones de sano esparcimiento cultural, yo solo puedo decir honestamente que leo, escucho música y voy al cine. ¿No jugar ajedrez me hace ignorante? Tal vez. ¿No ir al teatro me convierte en una persona inculta? Chance. ¿No llorar de emoción cada vez que la primera bailarina ejecuta un pas de deux en "El lago de los cisnes" me convierte en una bruta? Quizás. Pero la verdad, me vale cuerno, porque al final, cada quien toma del mundo, e incluso de la cultura, aquello que le resulta más agradable, y ese es un derecho básico e incontrovertible, como respirar.
Así que la frase de Zaid me parece muy adecuada en estos momentos: ¿Para qué sirve leer? Para nada. Si no es un vicio, si no te da felicidad, si no te da una perspectiva del mundo (que no proporciona el libro, sino que vislumbra la propia persona a través del libro) no sirve para nada. No sirve ni para estudiar, vaya. Este infortunado incidente ha servido para que los "lectores profesionales", esos que nomás leen sin levantar la vista para de perdido ver transcurrir la vida mientras ellos se sienten elegidos por los dioses por estar leyendo la última novela de quien quiera que esté de moda, se sientan con el derecho (autoproclamado, y por lo tanto espurio) de despreciar al Quique, y de paso a los noventa millones de mexicanos que no leen, porque no son capaces de citar de memoria a Bourdieux, Lacan, Derrida, Saussure, etcétera, etcétera, etcétera. Pongámonos humildes: leer es maravilloso, es un regalo que nos da la vida, pero no es milagroso: como dice Argüelles (perdón por citar) en alguna parte de Qué leen los que no leen, el libro es un espejo, y una lente de aumento, que magnifica eso que trae dentro de sí misma cada persona. O si lo quiere usted con peras y manzanas:
... no por ser lector ávido el ser humano estará lejos de las bestias. Las autocomplacientes teorías que relacionan progreso político, social y económico con arte y cultura terminan por ser algunas de las chapucerías más patéticas de la soberbia intelectual. Creer que en el libro reside de suyo, siempre, el mejoramiento humano, es como ignorar que entre los creyentes religiosos, que presuntamente siempre tienden al bien, se incuban y se desarrollan muchos de los especímenes más infames y destructivos del género humano y la naturaleza. Todo fanatismo, incluso el de la cultura, por bienintencionado que sea, conduce siempre a conclusiones falsas.
Como todas las adicciones, la lectura no sólo no cura los males sino que los agrava. A los pretenciosos los vuelve más pretenciosos; a los ridículos, más ridículos; a los vanidosos, más vanidosos; y más frívolos a los frívolos, y más desdeñosos a los desdeñosos. Que es lo mismo que decir, con Lichtenberg, 'aquello tuvo el efecto que por lo general tienen los buenos libros. Hizo más tontos a los tontos; más listos a los listos, y los miles restantes quedaron ilesos'.
Más allá de optimismos excesivos, que son una forma de irresponsabilidad, entendemos que, como todo acto humano, la lectura y la escritura están permeadas por nuestra personalidad, por nuestros propios temores y resentimientos, y por nuestros sueños y desdichas. No hay que ser condescendientes con esto, ni hipócritas: somos lo que somos incluso si leemos.
Así que deje usted de partirle su madre a Enriquito (ya se encargará él mismo de partírsela solo, y esperemos que sin llegar a ser presidente): insistir en el punto ya es pedantería, cursilería y pura, pura vulgaridad. He dicho.
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