viernes, agosto 31, 2012

Nada que no esperásemos

Y que se le pasa a mi nena el engente por la escuela. Sólo le duró una semana: con eso le bastó para darse cuenta de que a la maestra le importa un comino que sepa leer y escribir, que se sepa de memoria los nombres y las características de un montón de dinosaurios así como las propiedades químicas de algunos metales pesados; que le vale madre que sepa sumar, restar y casi multiplicar, y que jamás se dará cuenta de que dibuja hermoso en comparación con otros niños de su edad.

También se acaba de dar cuenta de que, al igual que en el kínder, los compañeros son una mierda. Que no puede confiarse de ellos, que no la aceptarán porque no tienen nada de qué hablar con ella, que a las mamás de esos niños sopes no les cae bien porque las hace sentir pendejas incluso a ellas, y que, como ya lo veníamos temiendo el Pachuco y yo, se aburre un horror.

¿Habla de ello la señorita? Claro que no. Se lo guarda enterito. Pero nos damos cuenta porque nos cambia la conversación cuando le preguntamos cómo le va en la escuela, porque colorea encima de los ejercicios que hace en el salón, y porque tenemos tres días batallando un montón para que se levante a bañar. No se quiere levantar. O sea, le parece más provechoso dormir.

Tiene dos amigos: una excompañera del kínder, y David, el niño con síndrome de Asperger que su maestra de tercero de kínder le recomendó. En cierta forma, Irene es la tutora del niño: no se le ha olvidado la misión y sigue monitoreándolo y defendiéndolo lo mejor que puede. Vocación pedagógica, pues, eso es lo que tiene la nena.

E inicia el conflicto con la autoridad. No hemos educado a esta nena para que obedezca nada más porque sí, y esa es una de las cosas que más irrita de ella a los demás adultos, incluso los de la familia cercana. La nena no quiere comprometer la autoridad de su maestra, pero le pesa. No quiere infligir reglas, pero le pesan. Y le dan cargo de conciencia. No quiere que le ponga en su mochila una libreta de dibujo porque teme que la regañen. No quiere ponerse short debajo de la falda porque teme que la regañen. Teme que la regañen por cosas que aún no hace. Como si la dichosa maestra tuviera ojos para mirar lo que hace cuando tiene que mirar a otros treinta mocosos a los que sí tiene que enseñar a leer y escribir.

¿Y mientras? Convencerla de que las cosas no siempre serán así, al menos no todo el tiempo. De que más adelante puede tocarle una maestra o maestro más capaz de dialogar con ella. O tal vez de plano nos aburramos nosotros, nos consigamos cada uno un par de jales, y la metamos a una escuela privada con método Montessori o algo similar donde la muchachita sea más feliz.

Por ahora, el aprendizaje de este año escolar será social, no académico. En lo académico podría darle más de una sorpresa a la maestra. En lo social, ella será la sorprendida. Enseñarle a no sentir resentimiento contra un grupo de personas que te hieren porque se sienten amenazados por ti va a ser un tango, pero enseñarle a desdeñarlos sin comprometer su corazón lindo, eso va a ser un jolgorio mayor.

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