Que me comporto como mi madre.
Como la madre que me parió.
Mejor nos ahorro disgustos y le otorgo el divorcio. Todo es suyo: la casa, el carro, los niños, los gatos y las palabras. Ya está.
Hurón huroneando.
Que me comporto como mi madre.
Como la madre que me parió.
Mejor nos ahorro disgustos y le otorgo el divorcio. Todo es suyo: la casa, el carro, los niños, los gatos y las palabras. Ya está.
Tío Anárbol me visitó en sueños. Viejo, como en los últimos tiempos que tuve la oportunidad de verlo. Sonriente y dicharachero, como lo recuerdo de toda la vida.
Estuvimos en su jardín, que ya no existe: sus hijas vendieron la casa y, por lo que sé, ahora es un estacionamiento. Amé ese jardín en mi infancia, y aún con cuarenta y tantos, visitarlo era una dicha agridulce. Antes era enorme, y poco a poco empequeñeció. Pero en mi nostalgia, es un jardín interminable e inconmensurable.
Sé que hablé con él, pero no recuerdo de qué. Te quiero, tío. ¿Me extrañas? ¿Extrañas a tus hijas? ¿A tus hermanos? ¿Vienes por papá?
A lo que sea que vengas, sé amable y gentil, como has sido siempre.
Te quiero. Te extraño. Pero sobre todo, te quiero.
Esta mañana desperté a las 06:48. Mi primera clase es casi siempre a las 06:50, así que mi subconsciente procesó que era hora de levantarse.
Venía de un sueño intranquilo en el que me recuerdo descendiendo la cuesta que me llevaba a mi casa de la infancia. A mi izquierda, había casas que no existían, pero que ahora seguramente están. A mi derecha, en el enorme baldío en el que mi abuelo me enseñó a andar en bicicleta, había una especie de bahía en la que los niños retozaban entre flotadores y charcas: había rocas entre el agua y árboles verdes, risas y gritos felices.
De pronto estaba acompañada de una de mis hermanas -Caro, quizás- y juntas nos dirigimos a un parque que es mezcla y sombra de todos los parques en los que he caminado alguna vez. Allí, una mujer vieja nos pidió ayuda para salvar a un perro callejero herido. Entre las tres lo atrapamos y llevamos a una veterinaria (que, por cierto, si existe y está cerca de mi actual casa), y luego de que el animal recibió auxilio, en agradecimiento, la mujer me dijo cómo y cuándo moriríamos mis hermanas y yo.
Entonces desperté.
Desperté angustiada, porque recordaba el destino de mis hermanas, pero no el mío. Y no deseaba recordarlo.
A mis trece o catorce años, estando hospitalizada por un ataque de asma particularmente virulento, mi pediatra de guardia se acercó a mí cuando mi abuela se había ido a comer y me dijo que si seguía así moriría antes de los veinte. Culpándome, como si yo controlara mi asma. Me recuerdo a la perfección aguantando la respiración hasta el día en que los cumplí, porque un médico -de mi confianza- me dijo que moriría. ¿Quién quiere saber eso? ¿Por qué querría saber cuándo y cómo morirían mis hermanas?
Le dije adormilada a Renato: "Me han dicho cómo y cuándo moriremos Caro, Lily y yo, pero no recuerdo lo mío". Él me acarició los cabellos y me hizo dormir de nuevo.
Al despertar, había olvidado todo, excepto el dolor y la dicha agridulce de haber visto otra vez el panorama de mi infancia.
No lo he visto en veinte años. No me gusta volver al pasado. Y el futuro, en definitiva, es un lugar al que no hay prisa en llegar. ¿Para qué? Sabemos cuál es el punto de arribo de este viaje. Lo interesante es el camino: con suerte, aprenderemos algo. Si la fortuna lo permite, encontraremos gente que nos ayudará a ser mejores.
Tener un atisbo de lo que será la travesía sólo la truncará y nos impedirá ver el paisaje. Sería como estar frente a las montañas y no verlas por contemplar una postal.
Cuando mi monstrua estaba chiquita y mi tejón melero era un bultito con el que pasaba mis tardes jugando a hacer ruiditos, leí ¿Qué sucedió con el paladín encapotado? en versión electrónica.
En aquel entonces, conocía muy poco a Gaiman: apenas unos pocos números aislados de Sandman y un par de películas sobre sus obras: Mirrormask y Coraline. Aún no me había topado con American Gods.
Esta tarde leí nuevamente ¿Qué sucedió con el paladín encapotado? y ahora me parece de una hermosura pasmosa. A la altura de American Gods, casi tan conmovedor como el interludio de la joven irlandesa expatriada al nuevo mundo, o como el capítulo en el que Sombra conoce a la más joven de las hermanas Zorya y ésta le regala la luna. Es un Batman arquetípico, un mito, que bien pudo caminar con Mr. Wednesday, Anansy y Mama-ji. Como el agujero en las cosas de Morrison. O la Gotham para siempre decadente de Miller.
Nolan tiene que haber tomado a este Batman de modelo para su Dark Knight Rises. Ese Batman que no puede sino ser Batman, que sabe que tiene que serlo hasta morir. Porque, ¿qué otra cosa puede ser?
Si te has convertido en un mito, ¿qué más puedes hacer, sino nacer y morir una y otra vez, hasta el fin de los tiempos?