Diana es la responsable de que me acordara de doña Mathilde González de Hinojosa, mi querida bisuabuela y némesis de la infancia.
¿Era mala gente doña Mathilde? No, no era mala. Cabrona sí, y a morir. El testimonio de muchas personas (entre ellas sus nueras, nietos y una servidora) avalan esta impresión no necesariamente negativa. ¿Qué tiene de malo ser cabrona cuando eres mujer de principios de siglo, estás viuda con un chingomadral de hijos y además estás que te lleva la chingada de tanta enfermedad nefasta que te cargas a los ochenta y pocos años? Yo diría que es un fenómeno natural. Un puro reflejo de que tu sistema inmunológico funciona, o algo así.
¿Fantasmas, aparecidos? N'ombre. ¿Monstruos en el clóset? No hay. ¿Brujas? Estupideces. ¿La mano pachona? Ni que fuera una niña pendeja para creer es eso, papá. En cuanto a vampiros, hombres lobo, nahuales, zombies, momias (de Guanajuato o Egipto) me parecían literalmente cuentos. Así que ni por accidente me asustaban. Ya pasados mis nueve o diez años me empezaron a mover el tapete. Doña Mathilde, en cambio...
Doña Mathilde me daba M I E D O. Mucho, mucho. Aquellas visitas de don Fortino (mi abuelo) a casa de su amá eran la muerte para mí. "Pero m'hija, vas a ver a tus primos (ojo, se trataba de mis tíos más jóvenes, que tenían mi edad)." Yo iba con él. ¿Qué opción me quedaba? Pero todo el tiempo estaba con el alma en vilo, a punto de salírseme por la boca. Y cada vez que la señora me miraba, se me hacía que me iba a decir algo horrible, después de lo cual mi vida no podría ser la misma. Y ni qué hablar de su casa, que era una casa bonita, absolutamente normal. Tenía una cocina muy bien equipada, con muebles viejos pero muy bien cuidados. Y la sala estaba bonita (y me parece que forrada en plástico). Lo que me volvía loca eran las persianas. Siempre me parecía que había alguien detrás de ellas mirándome. Con mucha frecuencia me paraba de delante de la tele y salía corriendo al patio, a ver si pescaba al cabrón que me estaba fisgando, pero nunca lo veía, y eso me daba más miedo todavía que si me lo hubiera encontrado.
Toda esta situación se terminó cuando cumplí seis años. Unos días después de que entré al primer año de primaria, doña Mathilde murió en la clínica 17 a causa de complicaciones diabéticas y, si no me equivoco (mi abuelo nunca quiere hablar de ello), cáncer. Con todo, siguió protagonizando mis pesadillas por mucho tiempo. A veces la soñaba en su cama, llamándome. Otras, sentada en su mecedora, de la que casi nunca se paraba. La última y más pinche de todas la tuve unos meses después de su muerte. Soñé que iba a su tumba a dejarle flores y que ella brotaba del suelo, como si fuera una planta, para perseguirme y regañarme. Muy mal pedo. Lo que siempre me ha intrigado es de dónde saqué una imagen tan cinematográfica si yo no había visto una película de terror en mi vida. Eso vino bastante después.
Pasados los años, supe que doña Mathilde no fue mala persona. Fue de hecho una mujer muy sufrida. Supongo que de ahí le venía el ceño fruncido y la apariencia adusta que me espantaba tanto. También sé que realmente me quería. Y ahora sé que yo también la quise a mi manera, sólo que ni ella ni yo supimos nunca cómo hablar la una con la otra. Ella era demasiado vieja y pagada de su imagen de matrona, y yo demasiado niña y tímida para acercármele. Y aún así, no me parece que hayamos tenido una mala relación, o que no la hayamos tenido. A veces me sonreía y yo sentía bonito, o me acariciaba la cabeza sin que me lo esperara.
Supongo que eso era todo lo que podíamos darnos, sonrisas y mimos casuales.
Pásenlo bien.
¿Era mala gente doña Mathilde? No, no era mala. Cabrona sí, y a morir. El testimonio de muchas personas (entre ellas sus nueras, nietos y una servidora) avalan esta impresión no necesariamente negativa. ¿Qué tiene de malo ser cabrona cuando eres mujer de principios de siglo, estás viuda con un chingomadral de hijos y además estás que te lleva la chingada de tanta enfermedad nefasta que te cargas a los ochenta y pocos años? Yo diría que es un fenómeno natural. Un puro reflejo de que tu sistema inmunológico funciona, o algo así.
¿Fantasmas, aparecidos? N'ombre. ¿Monstruos en el clóset? No hay. ¿Brujas? Estupideces. ¿La mano pachona? Ni que fuera una niña pendeja para creer es eso, papá. En cuanto a vampiros, hombres lobo, nahuales, zombies, momias (de Guanajuato o Egipto) me parecían literalmente cuentos. Así que ni por accidente me asustaban. Ya pasados mis nueve o diez años me empezaron a mover el tapete. Doña Mathilde, en cambio...
Doña Mathilde me daba M I E D O. Mucho, mucho. Aquellas visitas de don Fortino (mi abuelo) a casa de su amá eran la muerte para mí. "Pero m'hija, vas a ver a tus primos (ojo, se trataba de mis tíos más jóvenes, que tenían mi edad)." Yo iba con él. ¿Qué opción me quedaba? Pero todo el tiempo estaba con el alma en vilo, a punto de salírseme por la boca. Y cada vez que la señora me miraba, se me hacía que me iba a decir algo horrible, después de lo cual mi vida no podría ser la misma. Y ni qué hablar de su casa, que era una casa bonita, absolutamente normal. Tenía una cocina muy bien equipada, con muebles viejos pero muy bien cuidados. Y la sala estaba bonita (y me parece que forrada en plástico). Lo que me volvía loca eran las persianas. Siempre me parecía que había alguien detrás de ellas mirándome. Con mucha frecuencia me paraba de delante de la tele y salía corriendo al patio, a ver si pescaba al cabrón que me estaba fisgando, pero nunca lo veía, y eso me daba más miedo todavía que si me lo hubiera encontrado.
Toda esta situación se terminó cuando cumplí seis años. Unos días después de que entré al primer año de primaria, doña Mathilde murió en la clínica 17 a causa de complicaciones diabéticas y, si no me equivoco (mi abuelo nunca quiere hablar de ello), cáncer. Con todo, siguió protagonizando mis pesadillas por mucho tiempo. A veces la soñaba en su cama, llamándome. Otras, sentada en su mecedora, de la que casi nunca se paraba. La última y más pinche de todas la tuve unos meses después de su muerte. Soñé que iba a su tumba a dejarle flores y que ella brotaba del suelo, como si fuera una planta, para perseguirme y regañarme. Muy mal pedo. Lo que siempre me ha intrigado es de dónde saqué una imagen tan cinematográfica si yo no había visto una película de terror en mi vida. Eso vino bastante después.
Pasados los años, supe que doña Mathilde no fue mala persona. Fue de hecho una mujer muy sufrida. Supongo que de ahí le venía el ceño fruncido y la apariencia adusta que me espantaba tanto. También sé que realmente me quería. Y ahora sé que yo también la quise a mi manera, sólo que ni ella ni yo supimos nunca cómo hablar la una con la otra. Ella era demasiado vieja y pagada de su imagen de matrona, y yo demasiado niña y tímida para acercármele. Y aún así, no me parece que hayamos tenido una mala relación, o que no la hayamos tenido. A veces me sonreía y yo sentía bonito, o me acariciaba la cabeza sin que me lo esperara.
Supongo que eso era todo lo que podíamos darnos, sonrisas y mimos casuales.
Pásenlo bien.
2 comentarios:
De esa materia (frases nunca dichas, verdades a medias, timidez vs. personalidad impresionante) están hechas muchas de las relaciones familiares intergeneracionales.
Ya sabes que a mí me pasó con mi hermano Pepe, qepd.
Espero que mi pregunta, al removerte los recuerdos, te haya dejado con algo muy chido a cambio de tus terrores infantiles.
Cuídate.
Chale...
La bisbuela que yo recuerdo murió cuando yo tenía unos 7 años. Decían que era muy chida; y que también, me quería mucho. Ella no me daba miedo alguno.
Pero hay un cuadro, en Ocampo, de un tatarabuelo que está de miedo peludo. No sé si te acuerdes de ese, Yasita.
De hecho, casi todos los que van para allá, le temen jejeje
saludos! cuidate mucho!!
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