viernes, diciembre 15, 2006

La tuerca y sus vueltas

La inocencia perdida
por Yasmín Santiago





Entonces levanté otra vez los ojos…,
y miré lo que tenía que mirar.
Otra vuelta de tuerca, Henry James.


Durante mi infancia y adolescencia mi abuela me tuvo prohibidas las películas de terror. Decía que yo era demasiado receptiva como para soportarlas. Para protegerse de mis quejas, me decía que tendría pesadillas, o que no podría dormir. De esta manera me perdí de los clásicos de terror de mi época (supongo que así puede llamársele a Poltergeist, Pesadilla en la calle del infierno, Viernes 13, Halloween, sólo por mencionar lo que me viene a la mente). En cambio, alimentaba mi cinefilia con películas "viejitas". Cada vez que transmitían por televisión alguna película de su época, me sentaba a su lado para que la viéramos juntas. Así conocí El halcón maltés, Intriga internacional, Casablanca y Cantando bajo la lluvia. Mi abuela no tenía idea del monstruo que estaba creando; todavía es fecha que me pregunta por qué soy tan afecta al cine, en sus palabras, "de antes".


Pero no puedo quejarme. Fue con mi abuela con quien conocí mis primeras películas de terror, sólo que ella no lo sabía, o fingía no saberlo. Fue ella quien me recomendó Psicosis y Los pájaros. También La mancha voraz y El pueblo de los malditos contaron con su aprobación. Yo me daba perfecta cuenta de lo que ocurría: si la película tenía aspecto antiguo, se me permitía verla. Por eso pude ver The Innocents (Clayton, 1961), película que mi abuela no conocía, de cuya trama no tenía la menor idea. Me dio permiso de verla porque la protagonista era Deborah Kerr, actriz que, según la absoluta convicción de mi abuela, no era capaz de hacer una mala cinta. No necesito decir que la película rondó por mi cabeza durante días y que, efectivamente, fue la causante de algunas de las pesadillas más amedrentadoras que he tenido.


Fue muchos años después, durante mis estudios en facultad, que pude identificar el texto de donde salió The Innocents. Ni más ni menos que Otra vuelta de tuerca, de Henry James. Me gustaría decir que fue una recomendación de mis maestros, pero me temo que fue uno de esos libros a los que llegas por casualidad. Me habían pedido que leyera Daisy Miller para una asignatura, y un amigo mío comentó que el mismo autor tenía una interesante novela de terror.


Otra vuelta de tuerca es quizás una de las más terroríficas novelas que jamás haya leído. Y el miedo, hay que decirlo, forja vínculos tan íntimos y duraderos como el amor. De ahí mi particular inclinación por The Innocents. Protagonizada por Deborah Kerr (Miss Giddens), Michael Redgrave (el tío), Megs Jenkins (la encantadora ama de llaves, Mrs. Grosse), Pamela Franklin (Flora) y Martin Stephens (Miles, y también el líder de los niños demoníacos de El pueblo de los malditos), The Innocents cuenta con el mérito de ser una adaptación fidedigna, sin que esto signifique, como en la mayoría de los casos (por ejemplo, Red Dragon o la última adaptación de The Shinning), que se trata de una película desabrida, carente de imaginación visual o argumental. Presenta casi paso por paso los recovecos y laberintos de la novela. Miss Giddens, la hija de un pastor protestante, es contratada como institutriz de unos hermanitos huérfanos, residentes de una vieja mansión señorial en la región de Bly. El tío de los niños, un joven y apuesto dandy de quien se enamora su joven empleada, pone como principal cláusula de contratación jamás ser molestado con los asuntos concernientes a sus jóvenes sobrinos. La institutriz debe hacerse cargo de cualquier eventualidad que surja. La primera de ellas es la inexplicable expulsión del pequeño y dulce Miles del colegio donde se encontraba de interno, y la segunda y más turbadora de todas es la presencia extraña y constante de Miss Jessel, la antigua institutriz de los niños, y de Peter Quint, el antiguo valet del amo, ambos personas de muy dudosa reputación y muertos desde hace algunos meses.


Desde ese momento, la película se convierte en un juego de tensiones psicológicas donde el espectador no está seguro de lo que ocurre: si los fantasmas, efectivamente, han llegado desde el más allá para apropiarse de las almas de los inocentes niños, para vivir a través de ellos sus oscuros deseos y corromperlos con vicios inmencionables; o bien, la institutriz, atrapada en su represión sexual típicamente victoriana, cree ver a los fantasmas e instiga a sus pupilos a que acepten que tienen contacto con ellos, cuando a todas luces ello es imposible.


The Innocents logra captar la ambientación gótica y ambigua que reviste el texto de James, y permite al espectador sumergirse en un sinnúmero de conjeturas. ¿Qué impele a la respetable institutriz a urdir una mentira tan evidente (si es que miente)? ¿Por qué razón están dispuestos los niños a mantener una relación tan antinatural y aterradora con engendros que no deberían corromper el aire que respiran los vivos? ¿Qué secreto esconde el pequeño Miles en su expulsión? ¿Por qué está tan empeñado en demostrar que puede ser encantadoramente impropio en su comportamiento? Las respuestas pueden ser muchas. La institutriz refleja su propia frustración sexual en sus discípulos, lo cual revelaría una perversión insospechada en ella. Los niños están efectivamente contaminados por los horribles vicios de los sirvientes muertos. Los niños están dispuestos a convertirse en el vehículo físico a través del cual los abominables fantasmas pueden satisfacer sus deseos. Miles esconde hábitos imposibles de nombrar en su comportamiento hacia sus compañeros de clase. La pequeña Flora se da perfecta cuenta de que su institutriz está obsesionada con ellos, etcétera. De toda esta vorágine de simulaciones, el espectador no saca nada en claro. No sabe si los fantasmas existen, si la joven dama padece una perversión sexual, si los niños mienten. Pero nada de eso importa, o por mejor decir, es la mayor virtud de la película, que cargada de tanto misterio consigue lo que pocas películas de terror: asustar al espectador.


The Innocents no es la única película basada en Otra vuelta de tuerca, aunque quizás sí sea la mejor lograda. En el año 2000 fue filmada Presense of Mind (Aloy), en español conocida como El celo. Aunque El celo parte básicamente de las mismas premisas de la novela, se distancia de ella en algunos puntos aparentemente sin importancia. La institutriz (Sadie Frost), ya no es una puritana victoriana, sino una joven católica que, según es posible presumir por las apariencias, ha sufrido de abuso sexual por parte de su padre. Su contratante (Harvey Keitel), al igual que en la novela, exige ser eximido de toda responsabilidad en lo tocante a sus sobrinos, pero exhibe una excentricidad anómala y turbadora de la que carecen el tío de la novela y de la película anteriormente citada. La pacífica mansión de Bly es transportada a una paradisíaca y retirada isla. La bonachona Mrs. Grosse es sustituida por Mado Remei (Lauren Bacall), una misteriosa e incluso maliciosa ama de llaves. Los niños no son tan angelicales ni inocentes como debieran, y muestran una tensión sexual explícita que ni por asomo es posible encontrar en el libro, o en The Innocents. Se trata de una adaptación que fracasa en la ambientación, que obliga al espectador a una interpretación simplista e insatisfactoria, donde los niños están evidentemente corrompidos por los vicios sexuales de los sirvientes y la institutriz no es más que una pobre lunática desquiciada, marcada por el abuso paterno, atada por la mojigatería católica e incapaz de enfrentar la sexualidad desbordante de la situación.


Todo esto me lleva a valorar ambas películas. Con todo y sus limitaciones técnicas (o quizás debido a ellas), The Innocents es una efectivísima película de terror, donde a base de no dejar nada explícito, crea una atmósfera agobiante, en la que cualquier cosa puede pasar, pero ninguna es esperada. Por el contrario, El celo, en su empeño por volver más accesible el texto de James (que es necesario reconocer como un texto difícil y ambiguo), se convierte en una película predecible, donde ante tanta evidencia se hacen innecesarias las explicaciones. Nada de imaginación, nada de misterios, nada de terror. El agobio psicológico que consiguió despertar la Kerr en su interpretación de la institutriz reprimida es sustituido por la neurosis pseudo esquizofrénica de una Frost traumada por las crueldades de la vida familiar. En definitiva, no hay comparación posible.


El tiempo ha pasado. Mi abuela no sólo me levantó la prohibición sobre las películas de terror, sino que es ella quien ahora se sienta a verlas conmigo. Es un placer que ambas disfrutamos bastante. Nos consideramos expertas calificadas en diferenciar una buena película de una mala. Nos divertimos con los monstruos que las habitan, nos reímos de los efectos especiales mal logrados, nos burlamos de las actuaciones deficientes. Nos asustamos cuando algo debe asustarnos y tenemos pesadillas cuando es menester tenerlas. Hace tiempo que mi abuela reconoce que no sólo Deborah Kerr y gente de su generación hacía buen cine y se ha aficionado a los sustos a lo Shyamalan o a lo Del Toro. Como decía anteriormente, el miedo forja vínculos indestructibles. The Innocents aún es una de nuestras películas favoritas, y algunas de nuestras más entrañables tardes de conversación las hemos dedicado a institutrices impresionables, niños perversos y fantasmas imaginarios.

* Publicado en Sonitus Noctis Núm. 6, Noviembre de 2004. www.sonitusnoctis.com

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