viernes, noviembre 03, 2006

Felices pesadillas


Felices pesadillas
Varios autores
El Club Diógenes, Núm. 200
Valdemar
2003

Una vez tuve una pesadilla. Soñé que estaba dormida y que despertaba. Era de noche y hacía mucho frío. A mi lado estaba mi esposo, dormido. Cada vez que él respiraba exhalaba vaho, así que me levanté a cerrar las ventanas. Pero el frío no cesaba. Salí de mi cuarto buscando más ventanas abiertas. Encontré la puerta entornada de una habitación. Entré. En una cama estaba un amigo muy querido, acostado como si estuviera dormido, pero con los ojos abiertos. Estaba muerto. Sus ojos, fijos en mí, parecían decir: “Vete, no te acerques. No me toques”. Pero lo toqué. En ese momento desperté realmente. Empezaba a amanecer y no hacía frío. Sin embargo, yo lo tenía. Al tocar la mano de mi amigo en mi sueño, había sentido el frío de los muertos. Algún tiempo después vi a mi amigo y le conté el sueño. Recuerdo que le hizo gracia.

Pienso en las historias de terror. ¿Por qué sientes temor de algo que tú, lector, reconoces como ficción? Tiene que ver con los personajes, que son, como todos, personas culpables de algún pecado, vicio o secreto que corroe sus existencias. Siempre están sujetos a la posibilidad de la culpa, y por lo tanto, del temor. Ahora bien, del temor al terror hay sólo un paso que no todos somos capaces de dar, pero que nos resulta perturbadoramente familiar. El terror es el temor llevado a los límites de la comprensión humana. Por ello, no puede ser experimentado por un culpable común y corriente, sino por el culpable arquetípico. El pecador por excelencia: el Transgresor . El que profana los secretos, el que penetra los arcanos, el que tiene tanta voluntad que toma los atajos equivocados. El que en su locura, cree ser digno de rebelarse ante las leyes del universo y poder salir indemne de ello. A este transgresor irredento es a quien la experiencia del terror marca y para quien no existe el retorno.

Algunos de los mejores relatos de terror que he leído se encuentran en el volumen titulado Felices pesadillas . Cada uno de los cuarenta relatos que contiene es sorprendente y efectivo. Cada uno es una bella fábula que tiene a transgresores portentosos como protagonistas. De entre ellos, y por razones de espacio, elijo dos, “La muerta enamorada” y “La pata del mono” para comentarlos.

En “La muerta enamorada” el protagonista, Romualdo , es un seminarista sencillo, casi un santo, que experimenta la única tentación de su vida y cede ante ella. El día en que toma los hábitos, al prosternarse ante el altar, desvía la vista un momento y se aparece ante sus ojos Clarimonda , la mujer más hermosa del mundo. Con su mirada ella lo invita a dejarlo todo y experimentar los placeres del mundo, y aunque en su fuero interno él desea seguirla, maquinalmente hace sus votos y se convierte en sacerdote. Ni siquiera el descubrimiento de que ella es una muerta en busca de amante y de su fama demoniaca apagan el deseo de este joven. Sin embargo, Clarimonda encuentra la manera de zanjar las dificultades, incluso la más penosa: el hecho de estar muerta. Se presenta en sueños a Romualdo y le pide que la siga. Él accede. Así, durante el día, es un sacerdote entregado a una vida de santidad, y durante la noche, es el amante vicioso y desenfrenado de Clarimonda . La vida de Romualdo transcurre entre el placer y la culpa. Cuando descubre que su amante logra superar la muerte bebiendo la sangre de él, se horroriza. Cobra conciencia de hasta qué punto es aberrante su situación: por un lado, es sacerdote; por otro, ama carnalmente (aunque presuntamente en sueños) a una mujer, y esta mujer, muerta, se alimenta de la vida ajena. De la vida de Romualdo . La salvación la encuentra al enfrentarse a su amante tal y como es en realidad. Un sacerdote anciano lo conduce a la tumba de Clarimonda , y sólo de esa manera, y a su pesar, entiende que ese amor es imposible y contra natura.

La clave de la culpa es siempre la codicia. Teológicamente, todos los pecados se originan en ésta. Codicias mujeres, hombres, riquezas, honores, conocimientos. En “La pata del mono”, una familia, los padres ancianos y su único hijo, recibe la visita de un viejo amigo, quien les entrega, no sin cierta renuencia, un amuleto que puede hacer realidad tres deseos. Este amuleto es una pata de mono. El padre de familia pide el primer deseo: recibir dinero. Este les llega por una vía inesperada: el hijo de la pareja muere, y en compensación, les es entregada una considerable cantidad de dinero. El anciano, aterrado, se da cuenta de que el amuleto le ha concedido su deseo, aunque le ha despojado de algo más valiosos a cambio. Decide renunciar a pedir los otros dos. No así su esposa, quien, desesperada, le pide al amuleto que le devuelva a su hijo. Cuando, en medio de la noche, el hombre escucha a su hijo muerto, deforme y corrupto, llamando a la puerta de la casa, le pide a la pata del mono que haga desaparecer a semejante aberración. Y la pata del mono concede su deseo.

El título Felices pesadillas no deja de ser irónico. Por experiencia, sabemos que no existe pesadilla alguna que sea feliz. El título de este libro es una invitación al lector para sumergirse en este mundo terrible y disfrutarlo. El transgresor que todos llevamos dentro puede regodearse en estas historias y salir más o menos intacto, con el conocimiento de que las pérdidas, las locuras y el horror dejados atrás son ajenos y no propios.

Y hablando de pérdida, vuelvo a mi pesadilla. Entonces no lo pensé, pero ahora creo que mi pesadilla fue feliz. Yo no sufrí una pérdida. Desperté y mi amigo vivía. Para mí existió el retorno.

*Publicado en Sonitus Noctis 1, Abril de 2004 www.sonitusnoctis.com

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